martes, 23 de abril de 2013

Clint Eastwood: J. Edgar y un hombre atormentado por sus contradicciones

Información: Clint Eastwood: J. Edgar - 09/04/2013 12:25:54

" Tras la maravillosa e incomprendida "Más allá de la vida" ("Hereafter", 2010) Clint Eastwood volvió al retrato de su América natal a través de un biopic sobre la importante figura de J. Edgar Hoover, el que fuera director del FBI creando nuevas formas de combatir el crimen, y llegando a ser uno de los hombres más poderosos del país gracias a la información sobre gente también muy importante, incluidos presidentes, que guardaba celosamente en unos archivos considerados secretos. Un hombre reservado, autoritario, racista, maniático con el orden y el trabajo duro, y con una vida privada tan secreta como los famosos archivos, sobre todo en lo que respecta a la sexualidad. Un personaje pues oscuro, en la tradición de los personajes que ha retratado Eastwood a lo largo y ancho de su filmografía.
Al igual que en su anterior biopic filmado, "Bird" (id, 1988) no estamos ante una biografía cinematográfica al uso. Si el film sobre Charlie Parker servía para retratar más allá de su vida, una forma de entender la música, con una película construida argumentalmente como una pieza de jazz, "J. Edgar" sirve en bandeja a Eastwood una delicada historia, muy bien escrita por Dustin Lance Black, con la que ahondar en los claroscuros de un personaje público, y temido, siempre a través de su propia mirada. Un personaje real como la vida misma, y cuya posición por encima del bien y del mal le coloca en el universo eastwoodiano. Para ello, el director contó con la versatilidad de un actor como Leonardo DiCaprio, quien compone una de sus mejores interpretaciones.
(From here to the end, Spoilers) "J. Edgar" está construida a base de flashbacks debido a las memorias que el propio Hoover hace, ofreciendo una visión de sí mismo al espectador con la que Eastwood juguetea todo el rato. Una andadura por su vida que recoge muy pocos elementos de su infancia, y sí bastantes de su estancia en el FBI desde los inicios del departamento hasta el fallecimiento del Hoover en su casa a principios de los años 70. En medio todo un imperio creado por él a raíz del arma más poderosa que existe: la información, los secretos inconfesables de todos los hombres y mujeres importantes que desfilaron por delante de él, y a los que tenía en su mano. Para todo lo personal Eastwood elige el camino de la sutileza, con escenas clave, que se adentran lo suficiente en el interior de un hombre atormentado y obsesionado.
La relación con su madre excelente como siempre Judi Dench, con la que sería su secretaria personal durante 50 años tras rechazar su fría propuesta de matrimonio, Helen Gandy Naomi Watts en un papel que fue ofrecido a Charlize Theron y Amy Adams, y cómo no, el que fue su mano derecha durante toda su vida, el agente Clyde Tolson, interpretado por un entusiasta Armie Hammer. La madre es la más poderosa influencia que Hoover ha tenido, hasta cotas insospechadas atención a la brillante secuencia tras la muerte de ella, el que Hoover se mira delante del espejo con su ropa y joyas; Gandy es la seguridad y la confianza; y Tolson es el amor puro y verdadero, doloroso al completo porque significa ser algo que odia, sentimiento que que su madre le ha inculcado. Aunque en la vida real nunca se supo a ciencia cierta que Hoover y Tolson fuesen amantes, Eastwood lo sugiere mostrando una sentida historia de amor contenido; y sin cargar las tintas.
El film obvia algunos pasajes importantes de la vida de Hoover sin ir más lejos, su apoyo total a la famosa y desastrosa caza de brujas auspiciada por el también temible senador McCarthy, pero no son necesarios para mostrar la figura humana de un hombre que instauró una nueva forma de gobernar o controlar al ciudadano. No es descabellado pensar que Hoover, para ciertos tipejos instaurados en el poder, es todo un ejemplo a seguir. Nada menos que siete presidentes le temieron atención a sus reunicones con el hermano del presidente Kennedy, y la primera reacción de Nixon al enterarse de la muerte de Hoover y muchos criminales temieron su implacable forma de combatir el crimen, aunque la efectividad a veces también es puesta en tela de juicio muy sutilmente. El caso del rapto del hijo del famoso Charles Lindbergh, por el que después se creó la conocida ley Lindbergh, y que ocupa buena parte del metraje emparejando la película con "El intercambio" ("Changeling", 2008), lleva a la detención de un sospechoso que es sentenciado a muerte pero cuya culpabilidad no está clara.
Una vez más Eastwood cuestiona el poder, y todo lo que puede corromperlo, pero esta vez lo hace desde el dibujo de una figura legendaria, y que en el fondo no era más que un ser humano como todos los demás, con sus miedos, alegrías, tristezas y aspiraciones. Con una narrativa que usa el tiempo y el espacio con envidiable equilibrio y claridad, Eastwood establece un importante nexo de unión entre pasado y futuro, cómo empezó todo y cómo terminó, llenado el film de detalles visuales que hablan por sí solos. Esas manos que se rozan en el asiento trasero de un coche, esa conversación con mujeres en un local de jazz en el que puede verse fugazmente a Kyle Eastwood, hijo del director, y un portento del jazz, esa discusión entre Hoover y Tolson que termina con un beso, o esa primera reunión entre ambos y en la que Hoover no puede dejar de sudar. Detalles que cobran más importancia, e interesan más, que todo lo relacionado con su trabajo, su verdadera pasión y el campo en el que el personaje se muestra sin duda más seguro de sí mismo.
Eastwood no juzga a Hoover, eso lo deja en nuestras manos. Muestra las sombras y las luces de su vida personal para que le entendamos, y cede a DiCaprio la oportunidad de una composición llena de matices en la que los gestos y sobre todo las miradas, lo son todo. Lejos de demonizar o ensalzar a Hoover cierra el film con un instante bello, aquel en el que Tolson relee la carta de una amante de la esposa de Roosvelt, y que años antes ambos leían entre risas en el despacho de Hoover. La hipocresía convertida en nostalgia. La constatación de un amor reprimido a través de las palabras de otra persona que no dudó en declarar sus sentimientos.
Un film apasionante sobre una figura no menos apasionante, y que como toda figura, siempre hay que mirar más allá. Aunque sea debajo de kilos y kilos de maquillaje que parecen desviar la atención en lo que parece una broma con muy mala leche del propio realizador, que sabe como los más grandes que no hay que darlo todo masticado. Herencia directa de William A. Wellman, ciyo espíritu vuelve a pasearse por las imágenes de un realizador que parece aún más bueno cuando todos no le alaban.
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"J. EDgar", derechazo a los prejuicios"
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Interesante, J. Edgar, un hombre atormentado por sus contradicciones - 31/01/2012 5:34:06

" En general, me interesan poco las películas biográficas, lo que no está motivado por mi desinterés hacia las vidas de personajes famosos o por descubrir, sino porque este tipo de relatos suelen armarse con una estructura de episodios desligados, en lugar de con el clásico objetivo vs. conflicto mantenido hasta el final del metraje. De "J. Edgar", la película de Clint Eastwood que se estrenó la semana pasada, encuentro la parte personal como la más inspiradora. No me baso en el morbo de descubrir un secreto embarazoso sobre un hombre de estado, sino porque supone una contradicción para el protagonista, elemento que siempre se ha apreciado como el que mejor puede servir para hacer humano, polifacético y rico a un personaje. Son los dilemas los que mueven a actuar de una determinada manera a los protagonistas y las decisiones tomadas a partir de estos serán necesariamente más dignas de análisis que las que surjan de una mente serena.
La interpretación de Leonardo DiCaprio es sublime, con especial mérito en los momentos en los que hace de anciano. En ellos, no solo su maquillaje está muy logrado ,no así el de Armie Hammer,, sino que además, sus movimientos y postura imitan tal cual los de un hombre mayor. Si escribo que he echado de menos una exploración más profunda de una mente desquiciada no estoy afirmando que su actuación adolezca de ningún matiz. Me refiero al perfil dibujado desde el guion: esperaría que todas esas luchas internas y externas hubiesen dado lugar a un ser aún más atormentado. Si bien los autores no lo muestran con un hombre por completo en sus cabales ,principalmente en su relación enmadrada con el personaje de Judi Dench,, sí le conceden una compostura que me hace pensar en cierta benevolencia hacia él. No hablo de que esperase ver un castigo ideológico que lo mostrase como un loco debido a sus decisiones, sino a lo que parece más lógico que pudiese haber surgido de su situación. La dignidad con la que se lo muestra, si bien colabora a que la película pueda seguirse con la empatía necesaria para acompañar al protagonista, creo que al mismo tiempo también limita el retrato.
Un narrador poco fiable que cuenta en primera persona
La cara más política de la moneda me resulta más tediosa, debido a que la elección del punto de vista impide estudiar con amplias miras el mundo en el que se desarrolla la historia. El guionista Dustin Lance Black ,cuyo guion de "Mi nombre es Harvey Milk" ("Milk", 2009) dio pie a uno de los pocos biopics que defiendo, opta por una perspectiva en primera persona, más común en literatura que en cine. Se orquestan diferentes acercamientos, ya que las secuencias más íntimas las vemos en modo omnisciente y las más oficiales salen de boca de Hoover. Ambos aspectos se ven en modo de saltos al pasado, intercalados con acciones en el presente. La estructura contiene un entramado intrincado, con flashbacks de distinta condición ,recuerdos y confesiones,, además de dos narraciones presentes en paralelo.
Sin embargo, el punto de vista no abandona a nuestro protagonista. Por ese motivo, la narración se centra en las oficinas de Hoover y en su hogar, dándonos una visión muy cerrada, que a mí personalmente me produce el anhelo de que el enfoque se expanda para sumergirse en las implicaciones que tuvo su mandato al frente de la agencia de investigación. Quedan fuera de la ecuación las opiniones que el director del FBI podía causar en los presidentes bajo los que sirvió o los efectos que sus decisiones tenían sobre la política del país.
Ítem más, el protagonista compone un narrador poco fiable, obligando así al público a que sea quien juzgue cada una de las escenas y dándole un papel activo con el requisito de seleccionar lo que decide creer o rechazar. La elección del punto de vista que antes decía que resultaba limitadora, por esta otra parte ofrece esta valiosa posibilidad. Es, por lo tanto, un cine hecho para espectadores maduros y participativos, no para quienes esperen recibir los mensajes digeridos. Esa dignidad de la que hablaba algunos párrafos más arriba también está justificada por esta engañosa primera persona en la que los momentos en los que sale más airoso son aquellos que él mismo dicta a sus biógrafos.
Conclusiones
En el pasado he declarado que algunas de las películas de Clint Eastwood me gustaban más que otras y he llegado ahora a la conclusión de que estas diferenciaciones no se deben a que su labor como director haya dado unas veces mejores resultados que otras. Creo que su mano certera y su saber hacer, no exento de clasicismo, siempre han estado presentes. El factor que provocaría que personalmente me convenzan más unas cintas que otras considero que reside en la elección del argumento de fondo y del enfoque. Ya que maneja temas tan variados, este cineasta algunas veces dará en lo que más nos conmueve y otras centrará sus esfuerzos en premisas que nos atañen o sorprenden poco. Pero seguir la fórmula del éxito probado no es un movimiento que se pueda considerar valiente.
En definitiva, diría que he encontrado grandes elementos en "J. Egdar", pero que al mismo tiempo he echado en falta cierta profundización en el retrato del personaje protagonista y cierta expansión en el análisis de las implicaciones de su actuación. Leer cualquier comentario biográfico sobre lo que supuso en la vida real J. Edgar Hoover para EE. UU. y para el mundo entero da una sensación de consecuencias mucho mayores de su cargo que las que se perciben en el film, demasiado centrado en lo que para él posiblemente fue descomunal, pero que desde aquí se percibe como mínimo: el secuestro del hijo de Lindbergh. Si bien es lógico que el hombre del que se habla quede reducido a hombrecillo cuando se muestran sus intimidades y debilidades, la película no tendría que haber perdido la medida de lo que el ejercicio de su labor supuso para esos cincuenta años y esas legislaturas de ocho presidentes que estuvo tras la mesa del buró más célebre del mundo.
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