domingo, 25 de mayo de 2014

El Gran Hotel Budapest, cuestión de modales y Walter Hill: Calles de fuego

Que opina? El Gran Hotel Budapest, cuestión de modales - 27/03/2014 4:53:20

" En el país imaginario de Zubrowka, un escritor (Jude Law) oye a Zero Muhammad (F. Murray Abraham) relatar su juventud, cuando fue un botones del Gran Hotel Budapest, que ahora posee. Entonces, siendo un refugiado de guerra (Tony Revolori) encontró en la figura de Monsieur Gustave (Ralph Fiennes) un guía y también algunos de los mejores días de su vida.
La última y mejor película de Wes Anderson desde "Academia Rushmore" (Rushmore, 1998) supone una gran noticia. Pese a estar rodeado de tediosos vindicadores, que han preferido la hipérbole al razonamiento, el cineasta ha encontrado una historia con la que explorar nuevos territorios e incluso temas. Resulta curioso ver como la Historia ha interesado de manera parecida a Wes Anderson y Quentin Tarantino, creadores, casi siempre, de mundos solipsistas, deliberadamente exentos de experiencia real.
En una entrevista excelente, el cineasta francés Arnaud Desplechin notó los parecidos entre ambos creadores, en principio disímiles por la diferencia entre las superfícies que tratan (mundos amables, de burguesía decadente y huidiza frente a los antihéroes sacados de novelas pulp e insertados en algún olvidado subgénero cinematográfico).
Pero lo cierto es que los parecidos existen y parece que en su madurez, ambos cineastas han encontrado en las piezas de época un estímulo para sus imaginaciones. "Malditos Bastardos" (Inglourious Basterds, 2009) es razonablemente inferior a la sofisticadísima "Django Desencadenado" (Django Unchained, 2012), pero ambas funcionan como experimento progresivamente mejorado, hasta alcanzar un formidable estudio de relación de personajes.
Curiosamente, lo mismo sucede con "El Gran Hotel Budapest" (The Grand Budapest Hotel, 2014) frente a "Moonrise Kingdom" (id, 2012). Esta última era un encantador romance adolescente, relato iniciático situado en los años sesenta y reinterpretado bajo códigos andersonianos, pero apenas parece un bosquejo de esta audaz y atrevida película, una de las más sofisticadas que he visto en mucho tiempo en salas y seguramente la más firme candidata a clásico de la filmografía de su director. En este sentido, coincido más con Sergio Benítez que con la moderada opinión (aunque también positiva) de Lucía Ros.
Ralph Fiennes se desvela como la mejor elección consciente que ha hecho Anderson desde el Gene Hackman de "Los Tenenbaum: Una família de genios" (The Royal Tenenbaums, 2001), otro actor de amplia experiencia y notoriedad que en manos de Anderson ofreció una versión inédita y dandy de sus registros. A su lado, un estupendo reparto donde el debutante Tony Revolori se ofrece como versión oriental y adorable de la mímica de Buster Keaton y Saoirse Ronan ejerce de inevitable femme andersoniana: ojos mapaches y personalidad audaz.
Entre las otras estrellas que ofrecen giros cómicos están Willem Dafoe, como un matón de cinco anillos, Edward Norton, de militar de buen corazón, y un divertidísimo Adrien Brody, siendo el vástago resentido de una millonaria.
Como sucede siempre en Anderson, sus colaboradores son parte inestimable y clave de su resultado. En este caso, la fotografía de Robert Yeoman, la deliciosa y elaboradísima banda sonora a cargo de Alexander Desplat y el diseño de objetos de Anne Atkins son parte orgánica de su trabajo.
Se ha hablado, con cierta inutilidad, del (sentido, no me cabe duda) homenaje que rinde la película al escritor Stefan Zweig. No dudo del corazón, sino de la cabeza: Anderson no ha sido un cineasta que busque ambiciones plenamente literarias porque nunca indaga en sus temas, y su cine es, ante todo, una cuestión de formas o, como sucede a muchos de sus personajes, una cuestión de modales. Es una gran noticia: este misterio hitchockiano demuestra que en modales, Anderson puede encontrar pocos discutidores.
Perplejidad y nostalgia
Y en esta cuestión de modales, caben nuevas y bienvenidas influencias. A su repertorio habitual de planos centrales, simétricos, escenografía cuidada y diseño de producción que nos permite visitar los decorados como felices observadores de una casa de muñecas, se suma un sentido del humor digno del más excelso Noel Coward y hasta un epílogo que bien parece hecho en arrabales cercanos al genio cómico (insuperado, naturalmente) de Ernest Lubitsch. Incluso Jeff Goldblum, convertido en un Tornasol cortesía de juego de luces, hace soñar con el Tintín andersoniano como una posibilidad.
Al final de la película termina también la lectura, Anderson, acostumbrado a organizar sus mejores relatos de manera episódica, otro rasgo que comparte con Tarantino, ofrece la más delicada (y sorprendente) elipsis justo cuando llega el horror , en un inocente, nada pretencioso blanco y negro. Es demasiado no solamente para el propio cineasta sino para sus criaturas lidiar con la llegada de la Historia: seguramente, la película sea un viaje a los territorios mentirosos de la memoria, repleta de frutos, a veces sombríos y otras dulces.
Al cierre, la melancolía es total, agradable, aceptada. Como un poco de L"Air de Panache en la cima de montaña
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La noticia El Gran Hotel Budapest, cuestión de modales fue publicada originalmente en Blogdecine por Pablo Muñoz.

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Que opina usted? Walter Hill: Calles de fuego - 22/03/2013 11:27:00

" De todos los films de Walter Hill en los que él ha dejado bien impresa su pasión cinéfila, uno de los que se me antojan más apasionantes es "Calles de fuego" ("Streets of Fire", 1984), también uno de los grandes fracasos de su carrera, aunque el paso del tiempo le ha adjudicado al film la categoría de película de culto. Eso si restamos a todos aquellos que desprecian el film, puesto que nos hallamos ante un film que levanta odios y pasiones. Los primeros por su estética de videoclip y los segundos porque han escarbado un poco más. En cualquier caso ha sido un placer revisar una película que respira amor al cine y a la música, en concreto el rock and roll, por los cuatro cstados, amén de una sabia mezcla de géneros y otra demostración de la capacidad de Hill para narrar con la cámara, demostrando que la forma puede serlo todo, convirtiendo el visionado de "Calles de fuego" en todo un deleite para los sentidos.
Dado que Walter Hill se encontraba en un inmejorable momento profesional venía de cosechar un gran éxito con "Límite: 48 horas" ("48 hrs.", 1982), este podía permitirse casi cualquier cosa, y fue esta fábula musical, todo un cocktail de referencias que convenció a Joel Silver para producirlo. Son muchos los cambios que se hicieron antes de ser la película que todos conocemos. Para empezar, el papel de estrella del rock secuestrada fue ofrecido a nada menos que Paul McCartney, que lo rechazó por lo que el personaje se reescribió por completo y recayó en la por aquel entonces muy de moda Diane Lane una mujer que posee la virtud de volverse más guapa con el paso de los años. Por otro lado Hill quería utilizar temas clásicos del rock and roll, pero los productores optaron por crear una banda sonora completamente nueva. El resultado es uno de los films más redondos de su autor y una de las películas clave de la década de los ochenta.
(From here to the end, Spoilers) Los rótulo del inicio de "Calles de fuego" dejan bien claras las intenciones de Hill como cineasta y guionista, acompañado aquí por Larry Cross colaborador de Hill en cuatro de sus largometrajes, se trata de una fábula sobre el rock and roll, ambientada en otra época y otro lugar. No nos encontramos ante una fiel representación de los años 50, nada más lejos de la realidad, sino ante una historia enmarcada en un mundo imaginario, que retroate a los musicales, al western sobre todas las cosas, al thriller setentero, y es sazonada con cierta estética de videoclip muy de moda en aquellos años. En cierto modo "Calles de fuego" es un western urbano que cambia caballos por motos y diligencias por autobuses, todo ello con marchosas canciones que influyen además en la imagen y viceversa. Atención al montaje a sesis manos de James Coblentz, en uno de sus primeros trabajos para el cine, Freeman A. Davies, habitual colaborador de Hill, y Michael Ripps, que juntos logran una película a ritmo de rock Michael Bay podría aprender de aquí cómo narrar con planos cortos.
Ambientada en una ciudad enterrada entre sus propias sombras, con elementos decorativos retro y al mismo tiempo con un aspecto futurista claramente influenciado de película como "Blade Runner" (id, Ridley Scott, 1982), el film nos presenta a la estrella de rock Ellen Aim Diane Lane, que en aquellos años se hizo muy conocida gracias a Francis Ford Coppola que anima la función desde el escenario de uno de sus conciertos. Lane canta en playback, y la cantante real es Laurie Sargent, vocalista de The Attackers; la primera canción de una vibrante banda sonora en la que circulan temas compuestos por Bob Seeger o Tom Petty, entre otros. Hasta el título de la película proviene de un tema de Bruce Springsteen, quien en principio iba a prestarla para el soundtrack, pero cuando vio que la grabarían otros vocalistas no dio el permiso. Otro incidente acnécdota que sumar a la complicaciones que tuvo el rodaje, que encareció más de lo previsto en este tipo de films arriesgados siempre sucede la producción. Al caché de los actores, entre los que no hay estrellas, se suman los decorados y cómo no, la realización de una banda sonora completa con canciones y todo. El score fue compuesto por el habitual Ry Cooder después de que James Horner decidiese retirarse del proyecto tras componer tres bandas sonoras distintas.
El western está presente en toda la obra de Hill, y en "Calles de fuego" no iba a ser menos, ya sea por el dibujo del personaje central Tom Cody, que encuentra en el limitado Michael Paré al actor ideal, con su aureola de romántica soledad y oscuro pasado conviene decir que la película iba a ser la primera de una trilogía con Cody como personaje central, pero el fracaso de la misma canceló dichos planes, o por las características de la misión que acepta, la cual parece recordar en todo momento al esqueleto argumental de "Centauros del desierto" ("The Searchers", John Ford, 1956). Un casi novato Willem Dafoe es el líder de los villanos que secuestran a Ellen, y Cody, antiguo amor de Ellen, que prefirió el éxito a la felicidad otro toque machista en el cine de Hill, la mujer que prefiere la seguridad material al amor, en uno de los primeros personajes femeninos algo relevantes en la obra de su autor cabalga hacia su rescate acompañado del marido de Ellen un seriote Rick Moranis y McCoy, un personaje que en principio iba a ser un hombre, pero se adaptó a Amy Madigan, que realiza una divertida composición, la otra cara de la moneda de Cody.
Como en la mayoría de los films de Hill, el amor no triunfa en sus historias, este deja siempre un poso amargo o simplemente es despreciado. Por mucho que se amen Ellen y Cody, cada uno debe seguir su camino, tienen vidas totalmente distintas y su historia es pasajera, como ese apasionante beso en la inspirada secuencia bajo la lluvia. Por eso en ese final que bebe de "Casablanca" (id, Michael Curtiz, 1943) Cody deja a su amor bajo el cuidado de su representante y marido, mientras parte hacia nuevos horizontes en compañía de McCoy. Un conclusión nada complaciente, y que remite de nuevo a la mitología del western, justo después del vibrante clímax, una lucha encarnizada entre Raven (Dafoe) y Cody, a hostia limpia y sin contemplaciones, arreglando sus diferencias, y también decidiendo el futuro del lugar, como hacían los hombres en otro tiempo y otro lugar, el del género de géneros, envuelto en una nueva forma de ver y disfrutar el cine, con la síntesis de Hill como principal baza y su capacidad para reducirlo todo al poder de la imagen. El público no estaba preparado y la película fue un fracaso, obligando a Hill a hacerse cargo de un proyecto que se convertiría en una de las peores películas de su filmografía.
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