domingo, 31 de marzo de 2013

Parker, Statham a medio gas y mejor que la primera

Información: Parker, Statham a medio gas - 13/03/2013 12:52:02

" Directa, o indirectamente, la influencia de Donald Westlake y su Parker en el cine ha sido notable desde que el escritor, a través de su alias Richard Stark creara al personaje en 1962 en "El cazador", espléndida novela que conoció una primera adaptación en "A quemarropa" ("Point blank", 1967) por parte de John Boorman con Lee Marvin como Parker tan sólo cinco años después de su publicación y que volvería a ser llevada a la gran pantalla por Brian Helgeland en la estupenda "Payback" (id, 1997), cuya crítica por parte de nuestro compañero Alberto podéis encontrar aquí.
Siendo la primera el epítome de lo que el personaje ha dado de sí en el séptimo arte sin que ello sirva para desmerecer a la segunda, con un Mel Gibson magnífico haciendo de ese bastardo frío y calculador que es Porter/Parker, y encontrando hoy por hoy las tres novelas gráficas de Darwyn Cooke publicadas por Astiberri como las mejores adaptaciones que se hayan hecho en cualquier disciplina de los trabajos de Stark tres obras maestras de obligada lectura, hacedme caso , este "Parker" (id, Taylor Hackford, 2013) que nos llega ahora de manos de Jason Statham se postulaba a priori como una oportunidad más de ver al actor repartiendo mamporros, pero ha terminado ofreciéndonos un irregularísimo y anodino filme situado en el lado opuesto del espectro tanto de "A quemarropa" como de "Payback".
Motivos para afirmarlo los encontramos a manos llenas ya desde el robo que sirve como prólogo a la cinta, y los máximos responsables de que "Parker" sea un espectáculo frío desprovisto de garra y sentido del ritmo son, a partes iguales, Taylor Hackford y John J. McLaughlin, realizador y guionista respectivamente. El primero firma una labor tras el objetivo que entronca a la perfección con su ecléctica y mediocre trayectoria, una en la que ha habido cabida para títulos tan dispares como "Oficial y caballero" ("An officer and a gentleman", 1982), "Eclipse total" ("Dolores Claiborne", 1995), "Pactar con el diablo" ("The devil"s advocate", 1997) o "Ray" (id, 2004). Con tamaña mezcolanza de géneros en su haber, Hackford no se perfilaba como el cineasta más adecuado para acometer el rodaje de una cinta que carece de brío, efectividad, intensidad y, en términos generales, de carisma, antes bien, parece en muchas ocasiones que el realizador no está más interesado en lo que filma que en rodar la vida sexual del escarabajo pelotero, y ni siquiera las contadísimas secuencias de acción consiguen levantar el decaído ánimo del espectador.
A ello tampoco ayuda como decía, la labor de McLaughlin. El firmante de libretos tan interesantes como los de "Cisne negro" ("Black swan", Darren Aronofsky, 2010), "Hitchock" (id, 2012) o algunos capítulos de la magnífica e incompleta "Carnivale" una de las mejores series que ha salido del seno de la HBO se dedica aquí a enhebrar un primer acto que extrae del material original de Stark aquello que le viene en gana para que el conjunto no huela demasiado a lo que ya habíamos podido ver en los filmes de Boorman o Helgeland pero, irónicamente, uno no puede parar de detectar las muchas semejanzas con aquellos y comparar la gran diferencia que se establece entre la desgana que aquí trasluce y la intensidad que desprendían sus antecesoras.
Aun así, los problemas del guión no han hecho más que empezar, y una vez trascendido el punto de inflexión que provoca en Parker las ansias de venganza, el libreto manda a paseo cualquier posible parecido tanto con la novela como con las anteriores producciones para, en un alarde de estulticia supina, dedicarse a errores tales como inventarse al personaje de Jennifer Lopez, desviar la atención sobre el que debería haber sido el protagonismo absoluto de Statham y tratar de convertir a Parker en una suerte de Robin Hood al que le interesa algo más que sobrevivir a toda costa y recuperar el dinero que es suyo. Al dibujar de forma tan lamentable a un anti-héroe tan prototípico como el que creaba Stark en sus novelas y querer suavizarlo, McLaughlin consigue lo que ni Boorman ni Helgeland habían alcanzado tratando al protagonista como se merecía, que Parker nos resulte un personaje tan poco atractivo como la trama que lo rodea y que su destino nos importe poco más que un pimiento.
Y aunque Statham trata de compensar como puede el entuerto en el que se mete el guionista, la cara de palo del actor y su imponente presencia física nada tienen que hacer ante la endeblez del personaje que se ve obligado a interpretar, quedando su Parker como una pálida sombra de aquel que encarnaran Marvin o Gibson. Eso sí, comparado con sus compañeros de reparto, el trabajo de Statham es, al menos, encomiable, porque el de JLo, Michael Chiklis o Nick Nolte raya en el más absoluto de los ridículos.
No es que acudiera al cine auto-engañándome y fuera creyendo que iba a ver la cinta definitiva sobre Parker para eso ya está "A quemarropa" o, según el propio Westlake, "La organización criminal" ("The outfit", John Flynn, 1973) pero sí esperaba un filme que, al menos, consiguiera hacerme pasar el rato y ofreciera, a la mínima de cambio, a Statham repartiendo palos a diestro y siniestro. Huelga decir que el británico no reparte hostias de forma tan recurrente como habría sido deseable, y aun más que las dos interminables horas de metraje suponen un entretenimiento tan anodino como olvidable.
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Noticia, Sherlock Holmes: Juego de sombras, mejor que la primera - 18/01/2012 3:00:14

" Ya conoces mis métodos.
(Sherlock Holmes)
El rotundo éxito comercial de la moderna y aparatosa adaptación de "Sherlock Holmes" dirigida por Guy Ritchie, con Robert Downey Jr. y Jude Law de protagonistas, hacía inevitable al menos una continuación (ya sabemos que en Hollywood, mientras algo dé dinero, se explota hasta la saciedad). Los productores volvieron a confiar en el equipo de la primera entrega, con la notable excepción de los guionistas (a priori, una estupenda noticia), y ya en el tráiler quedó claro que el objetivo, a grandes rasgos, era ceñirse a la fórmula que había obtenido el respaldo del público. Sin arriesgar, pero cumpliendo la norma no escrita de las secuelas: "Sherlock Holmes: Juego de sombras" ("Sherlock Holmes: A Game of Shadows") prometía ser más oscura y más espectacular que su predecesora. Los resultados en taquilla debieron ser también mayores, pero curiosamente esta segunda entrega se ha quedado por debajo de las cifras que logró "Sherlock Holmes" en 2009.
Ya sabéis que no me encuentro entre los que aplaudieron la visión que tiene Ritchie de las aventuras del detective creado por Arthur Conan Doyle (prefiero la más fresca y exigente serie de televisión de la BBC con Benedict Cumberbatch y Martin Freeman), la película de 2009 me parece un despropósito que se salva gracias a los actores (y Hans Zimmer), así que cuando fui al cine a ver la segunda parte estaba mentalmente preparado para aguantar dos horas de ruido, tontería y estética de videoclip, como cuando me siento a ver algo de Michael Bay, McG o Tony Scott, por mencionar otros adocenados realizadores de la industria del "entretenimiento" de Hollywood. Y cuando ya en las primeras escenas se apuesta por incluir una brutal y gratuita explosión (absurdo prólogo donde los haya) y una fantasiosa pelea de Holmes contra un puñado de matones idiotas que no desentonaría en absoluto dentro de la saga "Matrix", empecé a temerme lo peor. Por fortuna para mi salud mental (y la de millones de espectadores, sean conscientes o no) la película mejora a partir de ahí y llega a resultar más intensa y entretenida que la primera entrega. Cumple con lo (poco) que promete.
Tras desbaratar los planes del insulso Lord Blackwood (desaprovechar a un actor del talento de Mark Strong debería ser delito), Holmes y su fiel amigo el doctor Watson deberán hacer frente en esta nueva entrega a un enemigo más inteligente y peligroso, el profesor James Moriarty, cuya siniestra presencia ya se había dejado notar en el primer film (aparecía entre sombras junto al personaje que encarna Rachel McAdams, Irene Adler, que vuelve a participar brevemente en la secuela). Moriarty, encarnado con precisión por el carismático Jared Harris, es presentado por Watson como un prestigioso intelectual y por Holmes como "la mente criminal más formidable de Europa", el cerebro detrás de un elaborado plan que podría provocar el "colapso de la civilización occidental". Por tener avisado al público, se añade el dato curioso de que este nuevo enemigo fue boxeador en la universidad. Pues claro, y ya se sabe, eso es como montar en bicicleta… Lo raro es que hayan introducido al personaje de Mycroft Holmes sin convertirlo en otro experto luchador al que podría haber encarnado Jason Statham (amigo del director). Siguiendo la línea más tradicional, el hermano mayor de Sherlock es un refinado, excéntrico y misterioso empleado del gobierno que rehuye la acción; Stephen Fry es una elección de casting sencillamente perfecta.
La otra destacable novedad del reparto es Noomi Rapace (la primera Lisbeth Salander que vimos en la gran pantalla) dando vida a Sim, una gitana que, por supuesto, lee el tarot y adivina el futuro. Y además es atractiva, aventurera y sabe lanzar cuchillos, que hacía falta una sustituta de McAdams. El de Rapace es el habitual personaje femenino que tanto abundan en las películas comerciales, simplón y prescindible, un mero adorno (a menudo para suprimir todo rastro de homosexualidad) y un monigote que sirve a los guionistas como apoyo para añadir más acción o explicaciones de los razonamientos y las estrategias, no vaya a ser que el espectador, aturdido con tanto fuego artificial y mareo de cámara, haya perdido el hilo de la historia. Que a fin de cuentas es lo mismo de siempre con otro envoltorio. Moriarty firma sus libros con amabilidad y alimenta a las palomas, pero en el fondo es un psicópata y quiere controlar el mundo, o al menos ser inmensamente rico y jugar al ajedrez en montes nevados con una copita de vino en la mano. En su "brillante" plan juega un papel fundamental el hermano de Sim, un amigo de anarquistas (terroristas según Hollywood) al que Holmes y Watson deben encontrar antes de que sea demasiado tarde.
Puñetazos, patadas, caídas, persecuciones, tiroteos, explosiones, chistes fáciles, frenéticos flashbacks, absurdos planos detalle (¿era necesario ver cómo se dispara el proyectil de un cañón?) y abuso de la cámara lenta. Ritchie sigue fiel a su estridente visión de la obra de Conan Doyle, entendiendo a Holmes poco menos que como un superhéroe de principios del siglo XX. Pero el cineasta inglés tiene la delicadeza de poner algo más de empeño en la puesta en escena, lo que sumado a un lujoso diseño de producción, una impecable fotografía (Philippe Rousselot), una efectiva banda sonora y un sólido reparto (la química entre Downey Jr. y Law sigue funcionando), convierten a "Sherlock Holmes: Juego de sombras" en un correcto divertimento que logra disimular un conservador engranaje. El guion de Kieran y Michele Mulroney dispone una trama mecánica y sigue el esquema de la primera entrega, pero resulta ingenioso en algunos tramos (quizá el mérito sea de los actores), acierta jugando con las expectativas del público, que siempre trata de adivinar el siguiente paso, y propone un villano más interesante que Blackwood (era fácil). Lo peor, el excesivo metraje, por esa tonta idea que tienen en la industria de que cuántas más cosas pasen, mejor. No señores, a menos que vayan a readaptar "Guerra y paz" o "El señor de los anillos", traten de no superar los 90 minutos. Así pueden programar más pases, ganar más dinero, y nosotros no nos agotamos. Todos contentos.
Otra crítica en Blogdecine:
"Sherlock Holmes: Juego de sombras", no es el único, ni genial
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