domingo, 21 de abril de 2013

El cineasta y La homosexualidad

cineasta

Interesante, Frases de cine | 15 de abril | Sobre Malick, el zombie moderno y el tópico gay - 14/04/2013 15:43:58

" Por petición de varios amables lectores, recupero hoy la sección de "frases de cine" que tenía abandonada. Para los que seáis nuevos aquí, se trata de una recopilación de interesantes o divertidas declaraciones (recientes, por lo general) de profesionales del mundo del cine. Sobraba la explicación posiblemente… Empiezo hoy con Ben Affleck y su experiencia con Terrence Malick en "To The Wonder" (2013), estrenada este fin de semana en nuestro país.
Fue como empezar a aprender de nuevo como actor, porque Terry usa a los actores de un modo diferente. Tiene la cámara sobre ti y luego se va a enfocar un árbol, y piensas: "¿qué es más importante aquí, el árbol o yo?". Pero no se lo preguntas, porque no quieres saber la respuesta.
Brad Pitt sigue siendo uno de los mayores sex-symbols de Hollywood y millones de fans (de cualquier orientación sexual) venderían su alma por un beso de la estrella. Sin embargo, a Kirsten Dunst, que coincidió con él en "Entrevista con el vampiro" ("Interview with the Vampire", Neil Jordan, 1994), no le gustó nada la experiencia:
Recuerdo que tenía el pelo largo. Era un hippie, un tío guay. Todo el mundo en aquella época me decía "tienes mucha suerte por haber besado a Brad Pitt", pero para mí fue desagradable. Creo que no volví a besar a nadie hasta que cumplí los 16.
Pitt es el protagonista de lo nuevo de Marc Forster, "Guerra mundial Z" ("World War Z", 2013), uno de los estrenos potentes de este año. El director ha hablado sobre el concepto de muerto viviente que hay en el film:
Todas las películas de zombies que hizo George Romero en los 70 eran una gran metáfora sobre el consumismo, para mí la metáfora hoy es sobre la superpoblación y la escasez de recursos.
Bryan Singer, que tras dirigir uno de los mayores fiascos comerciales del año "Jack el caza gigantes" ("Jack the Giant Slayer", 2013) tiene entre manos el que considera su proyecto más ambicioso "X-Men: Days of Future Past" (2014), no teme por el futuro del cine:
No creo que las salas estén en peligro por el efecto de Internet o la televisión. La gente va a seguir yendo al cine porque el teatro es demasiado caro y no se puede socializar con amigos simplemente saliendo a cenar. Los adolescentes y los jóvenes serán fieles a las salas, ya sea porque tienen una cita amorosa o porque quieren alejarse de sus padres y estar con sus amigos por ahí.
Puede que hayáis oído hablar de "Room 237" (Rodney Ascher, 2012), un documental centrado en buscar claves ocultas en "El resplandor" ("The Shining", Stanley Kubrick, 1980). Leon Vitali fue asistente personal de Kubrick durante el rodaje de ese film y considera ridículo el trabajo de Ascher. Una de las teorías vincula la máquina de escribir que usa el personaje de Jack Nicholson con el Holocausto.
Ésa es la máquina de escribir de Stanley. Muchas decisiones que se tomaron en el set fueron prácticas: "Esto queda bien. Encaja perfectamente con la mesa".
Como sospechábamos desde que apareció el tráiler, uno de los personajes principales de "G.I. Joe: La venganza" ("G.I. Retribution", Jon Chu, 2013) muere al comienzo de la película. El productor Lorenzo di Bonaventura explica la decisión, y yo os pregunto si lo que dice encaja con la clase de producto que es o debería ser "G.I. Joe":
Lo hice una vez hace bastante tiempo, en "Decisión crítica" ["Executive Decision", 1996]… siempre me gustó esa película. Matar a Steven Seagal le dio un gran sensación de gravedad. Te tomas todo mucho más en serio después de eso.
Desde que la adaptación al cine de "Veronica Mars" obtuviera un gran (y rapidísimo) apoyo financiero por parte de los fans de la serie, se ha preguntado a varios conocidos directores que han tenido problemas para levantar proyectos si recurrirían a la misma herramienta. Kevin Smith se niega:
Tengo la sensación de que no sería justo para auténticos cineastas independientes que necesitan la ayuda. A diferencia de cuando hice "Clerks" en el 91, yo puede acceder al dinero que necesito y no chupar de ningún mercado de financiación colectiva al que puede recurrir un debutante.
Danny Boyle está concediendo entrevistas con motivo de su nuevo trabajo, "Trance" (2013), y en una de ellas le preguntan si ahora es más fácil para él hacer las películas que quiere:
Siempre es una batalla. Tienes una oportunidad para hacer lo que quieras tras los Oscar. Hicimos "127 horas", que no era una película fácil de vender a un estudio, pero te dejan esa libertad por el éxito anterior. Y ya está, realmente. De vuelta a la casilla uno.
Atentos a esto. Amy Pascal, directiva de Sony Pictures, cree que Hollywood tiene la responsabilidad de evitar la homofobia y anima a corregir los tópicos:
La próxima vez, cuando uno de nosotros lea un guion y haya palabras como "maricón" o "machorra", que coja un lápiz y la tache. […] ¿Cuántas veces hemos oído a un personaje dar a entender a otro que lo peor de ir a la cárcel es la homosexualidad? Los estereotipos más benignos harían que un niño gay pensara que puede acabar como el asexual e ingenioso amigo de la chica guapa, un peluquero o una drag queen.
Harrison Ford nunca ha llevado bien lo de hablar con la prensa y se está cansando (ojo a esto) de que le hagan tantas preguntas sobre la próxima entrega de "Star Wars" que prepara J.A. Abrams para Disney. El veterano actor trató de zanjar el asunto de la siguiente forma:
Lo que me interesa ahora es la oportunidad de trabajar, y hacerlo en proyectos ambiciosos. No importa si es en eso. […] Puede que haya dicho cosas en el pasado que eran una representación de cómo me sentía en ese momento. Eso era antes. Esto es ahora.
Y termino con una declaración muy llamativa de Will Smith. El actor pudo ser Django en la última película de Quentin Tarantino, pero no se puso de acuerdo porque…
Django no era el protagonista, y yo tenía que ser el protagonista. Le dije: "No, Quentin, por favor, ¡tengo que matar al malo! […] La película es brillante. Solo que no es para mí.
Vía | Indiewire, Moviepilot, Collider, Worst Previews, HollywoodNews, Elpaís, Comicbookmovie, /Film

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Interesante, Cine en el salón. Shortbus, el sexo como crítica socio-política - 12/04/2013 1:03:14

" Hoy algo olvidadas tras el ruido que hicieron en su momento, las producciones que intentaron conciliar sexo explícito con cine comercial se asomaron tímidamente a las carteleras en el primer lustro de la pasada década, encontrando entre el 2000 y el 2006 cuatro títulos de diverso calado. A dos de ellos cabría calificarlos con toda la suerte de epítetos negativos que, empezando con execrable, se os fueran ocurriendo, no encontrando ni en "Fóllame" ("Baise-moi", Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi, 2000) ni en la pretenciosa "Lie with me. El diario íntimo de Leila" ("Lie with me", Clément Virgo, 2005) valores cinematográficos sólidos que justificaran su fuerte contenido sexual.
Afortunadamente para el espectador interesado en estas propuestas, los otros dos títulos que restan del singular cuarteto si conseguían, cada uno de modos muy diferentes, superponer a lo explícito de su carácter visual una historia que tuviera algo que contar. Y si "Ken park" (id, Larry Clark y Edward Lachman, 2002) lograba hacerlo por mor de un relato sobre adolescentes, es en "Shortbus" (id, John Cameron Mitchell, 2006) donde sexo y mensaje se dan de forma íntima la mano para conseguir una cinta que trascienda su arriesgada propuesta.
Lo primero que sorprende de "Shortbus" es su arranque. En el observamos por una parte a una pareja haciendo el amor de forma desaforada y en múltiples posturas; a una dominatrix castigando a uno de sus clientes y a un homosexual intentando practicarse una autofelación. Lejos de ofender la mirada del espectador con tanta carga sexual, el comienzo de la cinta es sólo una pequeña muestra de lo que John Cameron Mitchell nos ofrece a lo largo de los cien minutos de metraje: una reflexión bastante acertada de las inquietudes sexuales de una sociedad, la americana, en un marco sin igual, Nueva York y con un trasfondo social claro, el de exorcizar los demonios de la política del miedo instaurada por George Bush tras el 11-S.
Así, el realizador no se corta un pelo a la hora de mostrarnos el sexo con una naturalidad que se aleja por completo de la industria pornográfica al tomar interés por lo que hay detrás de cada una de las personas que vemos en pantalla. En este sentido Mitchell sabe dotar de voz propia a los tres protagonistas principales del relato: la sexóloga, el homosexual que nunca se deja penetrar y la dominatrix. La primera de estos tres es la que probablemente lleva el mayor peso del relato, pues es a través de su viaje iniciático al mundo del Shortbus un club neoyorquino que conocemos a la galería de personajes que terminan de concretar la historia. El hecho de no poder tener un orgasmo, sirve a Mitchell como excusa para situar al personaje en una posición única, la de una suerte de exploradora dispuesta a probarlo todo con tal de alcanzar el extásis sexual.
En segundo lugar tenemos al homosexual re/deprimido. Quizás mejor dibujado que la protagonista, el personaje de James sirve como agitador de conciencias de una condición, la homosexual, que sigue siendo presa de la represión social. En este sentido es reveladora la conversación que mantiene con otro homosexual y en la que le cuenta que "nunca se deja penetrar porque él no quiere ser así". Toda una crítica a ese chillón sector de la sociedad que sigue creyendo a pie juntillas que la homosexualidad es una enfermedad a erradicar.
Por último, Mitchell intenta cerrar su fresco con una de las mal llamadas "desviaciones" sexuales, la dominación. Es en la descripción del personaje de Severin y en esa falsa moralina de que lo que quiere todo el mundo es estar casado y llevar una vida normal donde Mitchell más se aparta del realismo del resto del relato y donde, a la postre, más flaquea la cinta. Aún así, es un mal menor en una producción con una vocación coral tan clara como bien resuelta.
Y ello es atribuible en un alto porcentaje a la enorme y comprometida labor de un grupo de actores desconocidos cuyo anonimato es aprovechado por el cineasta para que la cercanía que pueden llegar a transmitir sea tan real como la vida misma. Es tal la relevancia del papel que desarrollan los intérpretes que el propio director llegaba a declarar en su momento que muchas escenas y diálogos se fueron escribiendo casi al mismo tiempo que se rodaban para dar mayor frescura y naturalidad a lo que después quedaría en la gran pantalla. Este compromiso se traduce en que ninguno de ellos tiene problema a la hora de practicar sexo real delante de la cámara o, y ello tiene aún más mérito, desnudar su alma en unos personajes a los que se les intuye cierto grado de carácter autobiográfico.
Aunque hacia el final del relato la cinta pierde un poco de fuelle, las situaciones, conversaciones, sentimientos y pensamientos que Mitchell pone en juego durante el desarrollo de la acción patentan un deseo nada velado de rebelión contra el estado de miedo constante al que el pueblo americano se vió sometido tras el derrumbre de las Torres Gemelas. Y aunque lo parezca, "Shortbus" no es una película sobre sexo, es un filme sobre la libertad y la autodeterminación del individuo. Y en un mundo que tiende a la globalización y a la eliminación de lo que nos hace únicos, el sólo hecho de que una producción cinematográfica grite a contracorriente debería ser motivo suficiente para el regocijo.

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Es Noticia, Sherlock Holmes: Juego de sombras, mejor que la primera - 18/01/2012 3:00:14

" Ya conoces mis métodos.
(Sherlock Holmes)
El rotundo éxito comercial de la moderna y aparatosa adaptación de "Sherlock Holmes" dirigida por Guy Ritchie, con Robert Downey Jr. y Jude Law de protagonistas, hacía inevitable al menos una continuación (ya sabemos que en Hollywood, mientras algo dé dinero, se explota hasta la saciedad). Los productores volvieron a confiar en el equipo de la primera entrega, con la notable excepción de los guionistas (a priori, una estupenda noticia), y ya en el tráiler quedó claro que el objetivo, a grandes rasgos, era ceñirse a la fórmula que había obtenido el respaldo del público. Sin arriesgar, pero cumpliendo la norma no escrita de las secuelas: "Sherlock Holmes: Juego de sombras" ("Sherlock Holmes: A Game of Shadows") prometía ser más oscura y más espectacular que su predecesora. Los resultados en taquilla debieron ser también mayores, pero curiosamente esta segunda entrega se ha quedado por debajo de las cifras que logró "Sherlock Holmes" en 2009.
Ya sabéis que no me encuentro entre los que aplaudieron la visión que tiene Ritchie de las aventuras del detective creado por Arthur Conan Doyle (prefiero la más fresca y exigente serie de televisión de la BBC con Benedict Cumberbatch y Martin Freeman), la película de 2009 me parece un despropósito que se salva gracias a los actores (y Hans Zimmer), así que cuando fui al cine a ver la segunda parte estaba mentalmente preparado para aguantar dos horas de ruido, tontería y estética de videoclip, como cuando me siento a ver algo de Michael Bay, McG o Tony Scott, por mencionar otros adocenados realizadores de la industria del "entretenimiento" de Hollywood. Y cuando ya en las primeras escenas se apuesta por incluir una brutal y gratuita explosión (absurdo prólogo donde los haya) y una fantasiosa pelea de Holmes contra un puñado de matones idiotas que no desentonaría en absoluto dentro de la saga "Matrix", empecé a temerme lo peor. Por fortuna para mi salud mental (y la de millones de espectadores, sean conscientes o no) la película mejora a partir de ahí y llega a resultar más intensa y entretenida que la primera entrega. Cumple con lo (poco) que promete.
Tras desbaratar los planes del insulso Lord Blackwood (desaprovechar a un actor del talento de Mark Strong debería ser delito), Holmes y su fiel amigo el doctor Watson deberán hacer frente en esta nueva entrega a un enemigo más inteligente y peligroso, el profesor James Moriarty, cuya siniestra presencia ya se había dejado notar en el primer film (aparecía entre sombras junto al personaje que encarna Rachel McAdams, Irene Adler, que vuelve a participar brevemente en la secuela). Moriarty, encarnado con precisión por el carismático Jared Harris, es presentado por Watson como un prestigioso intelectual y por Holmes como "la mente criminal más formidable de Europa", el cerebro detrás de un elaborado plan que podría provocar el "colapso de la civilización occidental". Por tener avisado al público, se añade el dato curioso de que este nuevo enemigo fue boxeador en la universidad. Pues claro, y ya se sabe, eso es como montar en bicicleta… Lo raro es que hayan introducido al personaje de Mycroft Holmes sin convertirlo en otro experto luchador al que podría haber encarnado Jason Statham (amigo del director). Siguiendo la línea más tradicional, el hermano mayor de Sherlock es un refinado, excéntrico y misterioso empleado del gobierno que rehuye la acción; Stephen Fry es una elección de casting sencillamente perfecta.
La otra destacable novedad del reparto es Noomi Rapace (la primera Lisbeth Salander que vimos en la gran pantalla) dando vida a Sim, una gitana que, por supuesto, lee el tarot y adivina el futuro. Y además es atractiva, aventurera y sabe lanzar cuchillos, que hacía falta una sustituta de McAdams. El de Rapace es el habitual personaje femenino que tanto abundan en las películas comerciales, simplón y prescindible, un mero adorno (a menudo para suprimir todo rastro de homosexualidad) y un monigote que sirve a los guionistas como apoyo para añadir más acción o explicaciones de los razonamientos y las estrategias, no vaya a ser que el espectador, aturdido con tanto fuego artificial y mareo de cámara, haya perdido el hilo de la historia. Que a fin de cuentas es lo mismo de siempre con otro envoltorio. Moriarty firma sus libros con amabilidad y alimenta a las palomas, pero en el fondo es un psicópata y quiere controlar el mundo, o al menos ser inmensamente rico y jugar al ajedrez en montes nevados con una copita de vino en la mano. En su "brillante" plan juega un papel fundamental el hermano de Sim, un amigo de anarquistas (terroristas según Hollywood) al que Holmes y Watson deben encontrar antes de que sea demasiado tarde.
Puñetazos, patadas, caídas, persecuciones, tiroteos, explosiones, chistes fáciles, frenéticos flashbacks, absurdos planos detalle (¿era necesario ver cómo se dispara el proyectil de un cañón?) y abuso de la cámara lenta. Ritchie sigue fiel a su estridente visión de la obra de Conan Doyle, entendiendo a Holmes poco menos que como un superhéroe de principios del siglo XX. Pero el cineasta inglés tiene la delicadeza de poner algo más de empeño en la puesta en escena, lo que sumado a un lujoso diseño de producción, una impecable fotografía (Philippe Rousselot), una efectiva banda sonora y un sólido reparto (la química entre Downey Jr. y Law sigue funcionando), convierten a "Sherlock Holmes: Juego de sombras" en un correcto divertimento que logra disimular un conservador engranaje. El guion de Kieran y Michele Mulroney dispone una trama mecánica y sigue el esquema de la primera entrega, pero resulta ingenioso en algunos tramos (quizá el mérito sea de los actores), acierta jugando con las expectativas del público, que siempre trata de adivinar el siguiente paso, y propone un villano más interesante que Blackwood (era fácil). Lo peor, el excesivo metraje, por esa tonta idea que tienen en la industria de que cuántas más cosas pasen, mejor. No señores, a menos que vayan a readaptar "Guerra y paz" o "El señor de los anillos", traten de no superar los 90 minutos. Así pueden programar más pases, ganar más dinero, y nosotros no nos agotamos. Todos contentos.
Otra crítica en Blogdecine:
"Sherlock Holmes: Juego de sombras", no es el único, ni genial
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Que opina? David Cronenberg: El almuerzo desnudo, adicción y creación - 08/10/2011 2:37:46

" Quiero que escribas unas palabras en mí... palabras que te dictaré. La primera frase es: "La homosexualidad es la mejor tapadera que un agente pueda tener". Oh, vamos, Bill, ¡no seas tan marica! Dame fuerte. Hazme daño… Me encanta…
Cuando se comenta una película que adapta una novela, normalmente se tiene la necesidad de hacer comparaciones, de buscar las diferencias y de analizar las omisiones, los tramos o personajes del texto original que han sido modificados o suprimidos, pues se suele partir de un material demasiado extenso, o de un presupuesto excesivo para poder plasmar determinados pasajes en la pantalla. El caso de "El almuerzo desnudo" ("Naked Lunch") es muy singular, ya que si uno lee el libro de William S. Burroughs (publicado en 1959) y luego ve la película que dirigió David Cronenberg, notará enseguida que prácticamente son dos obras diferentes. El cineasta canadiense no se ciñe a lo que se narra en el libro para crear su película, intenta plasmar su espíritu, sirviéndose para ello de otras obras de Burroughs y de la propia vida del escritor, al que admiraba desde muy joven. En otras palabras, no es una adaptación fiel del texto original, pero su sangre recorre las venas del film de Cronenberg.
En el insulso "making of" que se incluye en la edición española en DVD de "El almuerzo desnudo", el productor Jeremy Thomas cuenta que conoció al director de "Videodrome" en 1983 durante el festival de Toronto, y éste le comentó su intención de llevar al cine la controvertida novela de Burroughs. Thomas pensaba que "El almuerzo desnudo" era imposible de adaptar, pero al hablar con Cronenberg cambió de idea y compró los derechos de la obra, animando al canadiense a ponerse a trabajar cuanto antes. Diferentes circunstancias impidieron tal cosa y no fue hasta 1991 cuando, por fin, pudo comenzar el rodaje de la película, y no se pudo filmar en Tánger como se deseaba, pues era allí donde vivía Burroughs cuando escribió los retazos que acabaron formando "El almuerzo desnudo", por lo que tuvieron que representarse en una nave industrial de Toronto los escenarios que el protagonista relaciona con el mundo irreal de la Interzona. Otro ejercicio habitual cuando se trata de adaptaciones cinematográficas es imaginar qué otro director podría haber llevado a cabo la tarea, quizá con mejores resultados. Por su probada osadía temática y visual, Cronenberg resultaba una opción lógica para adentrarse con éxito en la obra de Burroughs; entendió que la mejor manera de hacer el trabajo era fundir su mundo creativo con el del escritor, y dar origen a algo nuevo, único.
Después de una secuencia de créditos inspirada en los trabajos de Saul Bass que al ritmo de música jazz (de Ornette Coleman, uno de los dos compositores de la banda sonora, el otro es el colaborador habitual del realizador, Howard Shore) parece anunciar un alucinado relato de dibujos animados, "El almuerzo desnudo" arranca presentándonos a Bill Lee (seudónimo de Burroughs), un exterminador de cucarachas con pinta de detective de una película de los años 50. Da la impresión de que Bill, un hombre aparentemente poco apropiado para ese trabajo, lo necesita desesperadamente, como una última oportunidad para sobrevivir en esa cloaca de ciudad en la que se mueve (¿la peor zona de Nueva York?). Pero ha vuelto a meterse en problemas; en la primera secuencia descubre que se ha quedado sin polvo insecticida y cuando lo comunica en la empresa, le acusan de haberlo consumido, como una droga, y se le niega otra ración. Es interesante esta otra faceta del mata-cucarachas, porque, visto así, Bill podría ser un traficante y los insectos serían sus clientes, que mueren tras consumir su producto. La escena de la charla entre los exterminadores refuerza esta idea, pero el aspecto demacrado de éstos y la presunción de que Bill se droga con el insecticida, como algo normal, da a entender que todos son iguales realmente, que todos van y vienen de la misma alcantarilla.
Pero todo esto tendrá sentido más adelante, por el momento para el espectador resulta un tanto increíble que sea cierta la acusación que pesa sobre Bill, ¿quién en su sano juicio se iba a meter insecticida en el cuerpo? Nadie, desde luego, pero aquí no hay muchos personajes que conserven el juicio. La obra de Burroughs habla de yonquis, de personas descontroladas que necesitan el estímulo de la droga, de despojos humanos que se arrastran y hacen lo que sea para conseguir una dosis. Habituado con el tema de la degradación del ser humano, Cronenberg nos acerca la descarnada mirada de Burroughs desde su propia perspectiva, jugando con símbolos y metáforas que no siempre respetan la intencionalidad del escritor, llevadas a su terreno, trasladando al espectador las sensaciones y experiencias de un personaje cuya realidad queda distorsionada tras sucumbir a las drogas, hasta el punto de no ser capaz de distinguir dónde termina lo real y empieza lo que construye su imaginación, de una manera similar a lo que le ocurría al protagonista de "Videodrome" después de acceder a un canal prohibido. "Inseparables" ("Dead Ringers") estaba demasiado reciente, así que el cineasta opta por dejar de lado el daño de la adicción, y centrarse en el retorcido proceso vital y creativo que inicia Bill.
Las mujeres no son seres humanos, Bill. O quizá más concretamente, pertenecen a una especie diferente a la del hombre… con diferentes deseos y diferentes propósitos en la Tierra.
La primera vez que vemos a Joan Lee, la esposa del protagonista, se resuelve el misterio de la falta de insecticida. Es ella la que se lo está inyectando. Es un chute kafkiano dice Joan ("uno se siente como un insecto", recordando lo que ocurre en "La mosca") con expresión extasiada, y pronto conseguirá que Bill sucumba al placer que proporciona ese polvo amarillo (Peter Suschitzky, encargado de la fotografía, parece bañar la película con tonos amarillos y marrones). Aquí tenemos otra relación, el consumo de la droga y el sexo; entregado a su adicción, fuente de plena satisfacción, los personajes practican el sexo de una manera abierta y despreocupada, entendido como algo meramente divertido que puedes hacer con cualquiera (la escena en la que Bill es invitado a formar parte de una orgía con su mujer y amigos), sin necesidad ni posibilidad de alcanzar el orgasmo, una idea que casa con la desconexión de estos adictos con sus propios cuerpos, que se transforman en un medio para conseguir las sustancias que los mantiene felices y equilibrados, dentro de su propio desequilibrio. Se entregan a todo tipo de perversiones como marionetas sin voluntad, pudiendo quedar a merced de los caprichos de sus "dueños" por una dosis.
Una de las muchas libertades que se toma Cronenberg con la adaptación de "El almuerzo desnudo" es incluir a personas y episodios de la vida de Burroughs, en un intento por capturar su esencia, su forma de pensar y su escritura. Los dos amigos de Bill son alter egos de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, otros reconocidos autores de la generación "beat", y la mujer sería Joan Vollmer, la segunda esposa de Burroughs, fallecida tras un extraño incidente en México que Cronenberg recrea en la película hasta en dos ocasiones; Burroughs ha confesado que no puede dejar de vincular la muerte de Joan al comienzo de su carrera como escritor, de ahí que el Bill Lee al que encarna Peter Weller cometa esos accidentes con las dos mujeres con las que se relaciona (ambas interpretadas por Judy Davis), como si fuese algo necesario para liberarse, despegar, y trabajar. O escribir informes como agente infiltrado en la Interzona para poder destapar la conspiración de los malvados ciempiés, si nos atenemos a la visión fantástica de la historia. Quizá por el sentimiento de culpa, Bill es un personaje triste y melancólico; asimismo, Cronenberg dibuja a un personaje que se resiste a aceptar su condición homosexual (solo por la misión, inventada por él mismo) ya que considera que esto mismo le ocurría a Burroughs.
"El almuerzo desnudo" puede decepcionar a los fans de Burroughs por las notables diferencias con su obra, y desorientar, y por tanto incomodar e irritar, al público que busque una película convencional del mismo director de "Scanners" o "La mosca"; desde luego, no es un trabajo redondo, sobran los subrayados (dos escenas donde se mata a una cucaracha con aliento a insecticida) y las aclaraciones que intentan guiar al espectador (los amigos descubriendo el interior de la bolsa de Bill), dan la sensación de que Cronenberg no sabe bien por dónde continuar y da vueltas buscando nuevos resultados de ideas expuestas. Pero como pasa en todas sus películas, incluso las menos acertadas, siempre nos podemos quedar con algunas potentes imágenes, el ambiente enfermizo que traspasa la pantalla y el ingenio del realizador a la hora de aprovechar los recursos a su alcance (como sus actores, impecables). Máquinas de escribir convertidas en insectos que dan instrucciones y buscan placer, extrañas criaturas ("mugwumps") de las que emana una sustancia terriblemente adictiva, cabezas con teclas en lugar de dientes, monstruos sedientos de sexo, hombres que se esconden en cuerpos de mujeres, telepatía… elementos de un perturbador, cómico, ambiguo, enfermizo y paranoico viaje que se disfruta mejor si se sigue el consejo que sugería uno de los carteles de la película: abandonar toda lógica.
Especial David Cronenberg en Blogdecine:
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Información: Cinco embolados ideológicos que debemos a Zack Snyder - 04/10/2011 19:22:43

" 1. No son zombies, son fundamentalistas árabes.
Si George A. Romero, hombre siempre subestimado, dirigió "Zombie" (Dawn of the Dead, 1978) con un ojo en la sociedad del consumo y con una dialéctica marxista, sátira ambiciosa sobre el mundo que nos rodea, Zack Snyder dirigió su remake y coló flashes de árabes rezando en estos créditos, al ritmazo de Johnny Cash, en la que todavía no ha dejado de ser su mejor película: Es quizás el testimonio más histérico del 11 de Septiembre, que resucitó a los zombies en la medida en que identificó a una masa (pobre) como nueva versión hiperrealista del Otro y del enemigo, pero también una prueba de que, glups, podíamos convertir uno de los ejemplos más ambiciosos y subversivos de cine de autor (y de culto, cuando la expresión tenía sentido) en un cacao mental en el que los malos muerden y nos pudren. Por supuesto, Snyder no olvidaba que los encerrados en el centro comercial eran también débiles (¡y pecadores!), pero en su película las simpatías eran humanas.
2. No son persas, son fundamentalismas árabes.
En tiempos en los que el cine norteamericano estaba que ardía, con "Syriana" (id, 2006) o incluso la refutación moderada de "En el valle de Elah" (In the Valley of Elah, 2007) diciendo pocas cosas simpáticas sobre la intervención en Irak, tocaba animar a las tropas con esta película en la que el villano, persa y con fabulosas inclinaciones a la homosexualidad pecaminosa (¡casi un recuento de la agenda de ese presidente Bush!), tienta al valiente, escultural general a vender la democracia.
En su grito de guerra, el general deja claro que la democracia se defiende exterminando al Otro porque son ellos o nosotros y la violencia, en glorioso slow motion, es un campo hermoso para todo gran guerrero. Una favorita, no es casualidad, del magazín conservador National Review (aunque su lista merece otro post y otra discusión).
3. Es la democracia griega, estúpido.
Si algo no podía ser el tebeo de Frank Miller era una película. Ejemplo perfecto de la última etapa de Miller, con excepciones como el complejísimo DK2, el cómic narraba con gran delgadez conceptual la batalla de los espertanos, tomando ciertas influencias fílmicas, pero dejando de lado cualquier atisbo reflexivo que no pasara por la síntesis gráfica y la precisión narrativa. En su versión cinematográfica, no solamente añadía una subtrama romántica y otra política, sino que dotaba de imágenes, de un nuevo contexto sociopolítico en el que leer la obra. Discrepo, en este caso, con Slavoj Zizek y doy toda la razón a los maravillosos Wu Ming.: la paradoja fundamental del hecho histórico, y de su narrativa, está fuera con unas intenciones muy concretas. Grecia era una democracia, que funcionaba gracias a sus ciudadanos y que fue tempranamente destruida por ese relativismo de los sofistas (como bien sabe Platón), pero mientras que el énfasis es que para protegerla hace falta cualquier cosa menos diplomacia (Es decir, la prolongación democrática del diálogo), el aspecto más tenso es que los propios Espartanos no eran la solución para proteger al pueblo griego sino lo que eventualmente podría leerse como una de las razones por las que esa democracia fracasó. Sí, es cierto que todas las revoluciones empiezan con sangre, pero Snyder ignora las preguntas fundamentales: en la agenda de aquellos militares no había respeto por Grecia, sino por su propia violencia, por su propio sistema. De lo que se trata, en fin, es de que Snyder esquive las preguntas más interesantes, aquellas que podrían haber convertido su relato en una película más cercana a John Ford o, en caso contrario, de una justa prolongación de ese gran anarquista zen llamado John Milius.
4. Deconstruir superhéroes al ritmo de The Matrix.
Cuando Alan Moore escribió aquella maxiserie de doce número, luego bautizada como novela gráfica en sus reediciones, con el talentoso arte de Dave Gibbons ejecutó a un género (el superheroico) dándole su Quijote: una parodia que a su vez se sostiene como gran relato sobre una cultura y una manera de mirar el mundo. Dotando a los superhéroes de polisemia (moral), engordándolos en su ridícula adicción a la violencia, mostrándolos como impasibles y nietzscheanos Dioses despreocupados, como empresarios lucrativos, Moore terminó haciendo un retrato sobre el peligro de las utopías en el que el lenguaje tebeístico alcanzaba cotas expresivas a la altura de esos grandes maestros que sus autores conocían muy bien, desde Eisner hasta Kurtzman.
En el otro extremo, aparece Zack Snyder, en una época en la que el lector y la crítica se han visto eclipsadas por la figura y la retórica del fan, y hace una traducción en la que todo está equivocado: desde el tono (¡y el falo!) hiper-erotizado del Dr. Manhattan, la perversión de Ozymandias en mero David Bowie ochentero, la atrofia narrativa y, por encima de todo, escenas de acción espectacular que van en contra, estética y sobre todo moral, del relato de Moore. Su traducción buscaba literalizar una estructura prodigiosa, pero la borra de su episodio más enloquecido (cierta criatura tentacular) como también de su sentido original (episodios como Aterradora Simetría, en el que la primera viñeta es simétrica con la última, la segunda con la penúltima y así sucesivamente hasta encontrar un espejo) demostrando una miopía lectora que se evidenciaba, precisamente, a través de la literalidad. Deconstruir superhéroes copiando tics de los Wachowski y añadiendo toques de camp (esa muerte del comediante con la enésima slow-motion y Nat King Cole; ese copular con el Hallelujah de Leonard Cohen) que alejaban de cualquier validez lectora a su cineasta.
5. Las colegialas son guerreras.
Paradoja fundamental: en la (presuntamente) feminista "Sucker Punch" (id, 2011), las mujeres son perfectos objetos de deseo para adolescentes, colegialas con katana nada más y nada menos, mientras Snyder trata de salvar el papelón con una reivindicación de la mujer como sujeto fuerte y feminista. Por supuesto, la película termina mal y su embolado es mayor.: con una concepción histérica de los traumas sexuales, que estetiza con la consabida cámara lenta, Snyder termina haciendo una (inconsciente) apología de un mundo nihilista y perverso en el que todo lo que tenemos que hacer es ¿sucumbir? ¿A qué?
En su final alternativo las cosas no se aclaran: su cineasta cree estar haciendo su "Brazil" (id, 1985), pero en realidad está ejecutando un atropellado videojuego que puede leerse como manifiesto personal de alguien que ha hecho del remake hiperbólico y de la ilustración despistada de tebeos su gran sello autoral. ¿Qué clase de personalidad podemos esperar? Efectivamente, ninguna.
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