jueves, 3 de abril de 2014

Ciencia-ficción: THX 1138, de George Lucas y Walter Hill: Calles de fuego

Que opina usted? Ciencia-ficción: THX 1138, de George Lucas - 01/02/2014 2:27:32

" Siempre me ha parecido tremendamente paradójico y hasta cierto punto sintomático de lo que el vil metal puede corromper hasta las más nobles intenciones el hecho de que el mismo cineasta que en sus primeros momentos afirmara querer alejarse de los postulados del Hollywood más tradicional para hacer un tipo de cine que huyera de convencionalismos fuera el responsable, menos de una década más tarde, de una de las franquicias más rentables del séptimo arte, llamada a dar a luz a la millonaria mercadotecnia que, con origen en su trilogía galáctica, invadió los hogares de millones de familias a principios de los ochenta y originó uno de los movimientos "fan" más nutridos por no decir el más de la historia del cine.
Que George Lucas sea aquel que estrenara en 1971 un filme del talante de "THX 1138", plenamente insertado en lo que se esperaba de la ciencia-ficción a principios de los setenta y, sólo seis años más tarde, fuera el responsable de cambiar los parámetros básicos del género para virar hacia la space-opera en la que se ancla con fuerza y determinación la saga de "La guerra de las galaxias" ("Star Wars", 1977) es uno de esos fenómenos cuya explicación es mejor dejar a la imaginación, por cuanto es muy probable que la realidad no sea tan preludio de la leyenda como podríamos llegar a inclinarnos a pensar.

Sea como fuere, a finales de los sesenta, Lucas era un joven a punto de entrar en la treintena que había ganado el Primer Premio en el Festival Nacional de Cine Estudiantil con "Electronic Labyrinth: THX 1138 4EB", un interesantísimo cortometraje de quince minutos que, alabado por la crítica, ponía en las manos del joven talento una beca con los estudios Warner, el poder conocer a Francis Ford Coppola y, tres años después, la posibilidad de rodar bajo producción de American Zoetrope, la compañía del barbudo cineasta responsable de la saga de "El padrino" ("The Godfather", 1972), el salto a la gran pantalla de la mano de una cinta que aumentaría y completaría lo que el aquél premiado corto sólo había empezado a rascar. Nacía así "THX 1138".
Rodada en tan sólo cuatro meses con un presupuesto que sobrepasó por poco los tres cuartos de millón de dólares, podría considerarse a "THX 1138" como la quintaesencia de la ciencia-ficción de comienzos de la década de los setenta, un género que, como decíamos ayer en la entrada correspondiente a "Alien, el 8º pasajero" ("Alien", Ridley Scott, 1979), y hace un par de semanas en el arranque que, de esta década, suponía "La amenaza de Andrómeda" ("The Andromeda Strain", Robert Wise, 1971), abrazaba de forma consciente los parámetros dictados por la dupla constituida por "El planeta de los simios" ("Planet of the Apes", Franklin J.Schaffner, 1968) y "2001: una odisea en el espacio" ("2001: A Space Odissey", Stanley Kubrick, 1968).

Las intenciones de dicha pareja de filmes para con el sci-fi iban encaminadas, de una parte, a anclar su discurso a la realidad socio-política del momento histórico al que pertenecían al tiempo que pretendían servir de acicate de conciencias y, de la otra, a dignificar un género históricamente maltratado que necesitaba, y cómo, presentarse ante la crítica como una opción tan digna como otra cualquiera para contar historias de cierto calado. Sustrato básico sobre el que busca fundarse "THX 1138", estos parámetros son lo que en parte justifican lo extraño de un filme del que quizás no se pueda decir que ha acusado el paso del tiempo como otros filmes coetáneos, aunque ello no sea óbice para evitar que, no obstante, estemos ante una cinta que sólo se entiende vista bajo la óptica de la singular década en la que fue rodada.
Con guión escrito por el propio Lucas en colaboración con Walter Murch, hay en "THX 1138" dos películas bien diferenciadas cuya apreciación independiente resulta algo compleja. Por un lado tenemos al "THX 1138" meramente visual, ese con el que el cineasta se entrena en el ensayo a base de prueba y error de recursos y modos narrativos que, debido a la peculiar idiosincrasia de la cinta, terminan funcionando casi a la perfección, dotando el director al conjunto de una personalidad única determinada por los diferentes lugares donde se rueda, por ese cegador blanco que es el limbo en el que transcurre el acto central de la acción, por lo impactante de ver a todos sus personajes, ya sean masculinos o femeninos, rapados al cero o por, cómo no, la impresionante secuencia de la persecución por los túneles entre un coche conducido por el protagonista un muy convincente Robert Duvall y un par de motos pilotadas por los robots que controlan el orden en el aparentemente utópico mundo en el que nos encontramos.

El problema de la cinta, el grave problema me atrevería a afirmar, es que a la hora de valorar la cháchara que Lucas pretende hacer pasar por diálogos, todas las fortalezas antes apuntadas comienzan a precipitarse cual castillo de naipes: no es que todo lo que intercambian los personajes o los incontables mensajes que se escuchan en off durante el metraje sean prescindibles, pero si hay mucho de lo que el cineasta vierte en el libreto y pone en boca de los protagonistas que podría haberse eliminado y no hubiera afectado a las intenciones de Lucas de convertir su ópera prima en un análisis más o menos eficaz acerca del papel del individuo en la sociedad moderna y su despersonalización al formar parte de la máquinaria que mueve al mundo.
Que para un mensaje que Chaplin lograba poner en pie con genio asombroso en su magistral "Tiempos modernos" ("Modern Times", Charles Chaplin, 1936) Lucas necesite tanta jerga tecnificada y tanta frase que no lleva a ningún lado es quizás el síntoma más grave que acusa una producción que se mueve entre la delgada línea que separa el cine de autor ¿con mayúsculas o sin ellas? del cinema qualité, ese que tan a matar se ha llevado siempre con el mainstream hollywoodiense del que huía el director en estos sus comienzos. Harina de otro costal es que el realizador consiga hacer creíble las aparentemente elevadas digresiones entre Duvall y Donald Pleasance, o el primero y Maggie McOmie, y el espectador pueda llegar a aceptarlas con la misma naturalidad que el cruce de miradas y frases entre, por ejemplos, Jean Paul Belmondo y Jean Seberg en "Al final de la escapada" ("A Bout de Souffle", Jean-Luc Godard, 1960).
Con todo, hay que valorar en su justa medida el esfuerzo del cineasta por plantear debate y llevar éste en muchos casos hasta extremos que terminarán diluyéndose con el paso de las décadas, siendo sorprendente encontrar en la cinta una arremetida nada desdeñable contra el poder eclesiástico o unos desnudos nada forzados impensables en todo el cine posterior apadrinado ya como director, ya como productor por Lucas. Filme fundamental para la buena comprensión del género en esta década tan prolija, "THX 1138" es un título difícil, sí, pero su visionado es obligatorio para cualquier amante de la ciencia-ficción que se precie.
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La noticia Ciencia-ficción: THX 1138, de George Lucas fue publicada originalmente en Blogdecine por Sergio Benítez.

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Noticia, Walter Hill: Calles de fuego - 22/03/2013 11:27:00

" De todos los films de Walter Hill en los que él ha dejado bien impresa su pasión cinéfila, uno de los que se me antojan más apasionantes es "Calles de fuego" ("Streets of Fire", 1984), también uno de los grandes fracasos de su carrera, aunque el paso del tiempo le ha adjudicado al film la categoría de película de culto. Eso si restamos a todos aquellos que desprecian el film, puesto que nos hallamos ante un film que levanta odios y pasiones. Los primeros por su estética de videoclip y los segundos porque han escarbado un poco más. En cualquier caso ha sido un placer revisar una película que respira amor al cine y a la música, en concreto el rock and roll, por los cuatro cstados, amén de una sabia mezcla de géneros y otra demostración de la capacidad de Hill para narrar con la cámara, demostrando que la forma puede serlo todo, convirtiendo el visionado de "Calles de fuego" en todo un deleite para los sentidos.
Dado que Walter Hill se encontraba en un inmejorable momento profesional venía de cosechar un gran éxito con "Límite: 48 horas" ("48 hrs.", 1982), este podía permitirse casi cualquier cosa, y fue esta fábula musical, todo un cocktail de referencias que convenció a Joel Silver para producirlo. Son muchos los cambios que se hicieron antes de ser la película que todos conocemos. Para empezar, el papel de estrella del rock secuestrada fue ofrecido a nada menos que Paul McCartney, que lo rechazó por lo que el personaje se reescribió por completo y recayó en la por aquel entonces muy de moda Diane Lane una mujer que posee la virtud de volverse más guapa con el paso de los años. Por otro lado Hill quería utilizar temas clásicos del rock and roll, pero los productores optaron por crear una banda sonora completamente nueva. El resultado es uno de los films más redondos de su autor y una de las películas clave de la década de los ochenta.
(From here to the end, Spoilers) Los rótulo del inicio de "Calles de fuego" dejan bien claras las intenciones de Hill como cineasta y guionista, acompañado aquí por Larry Cross colaborador de Hill en cuatro de sus largometrajes, se trata de una fábula sobre el rock and roll, ambientada en otra época y otro lugar. No nos encontramos ante una fiel representación de los años 50, nada más lejos de la realidad, sino ante una historia enmarcada en un mundo imaginario, que retroate a los musicales, al western sobre todas las cosas, al thriller setentero, y es sazonada con cierta estética de videoclip muy de moda en aquellos años. En cierto modo "Calles de fuego" es un western urbano que cambia caballos por motos y diligencias por autobuses, todo ello con marchosas canciones que influyen además en la imagen y viceversa. Atención al montaje a sesis manos de James Coblentz, en uno de sus primeros trabajos para el cine, Freeman A. Davies, habitual colaborador de Hill, y Michael Ripps, que juntos logran una película a ritmo de rock Michael Bay podría aprender de aquí cómo narrar con planos cortos.
Ambientada en una ciudad enterrada entre sus propias sombras, con elementos decorativos retro y al mismo tiempo con un aspecto futurista claramente influenciado de película como "Blade Runner" (id, Ridley Scott, 1982), el film nos presenta a la estrella de rock Ellen Aim Diane Lane, que en aquellos años se hizo muy conocida gracias a Francis Ford Coppola que anima la función desde el escenario de uno de sus conciertos. Lane canta en playback, y la cantante real es Laurie Sargent, vocalista de The Attackers; la primera canción de una vibrante banda sonora en la que circulan temas compuestos por Bob Seeger o Tom Petty, entre otros. Hasta el título de la película proviene de un tema de Bruce Springsteen, quien en principio iba a prestarla para el soundtrack, pero cuando vio que la grabarían otros vocalistas no dio el permiso. Otro incidente acnécdota que sumar a la complicaciones que tuvo el rodaje, que encareció más de lo previsto en este tipo de films arriesgados siempre sucede la producción. Al caché de los actores, entre los que no hay estrellas, se suman los decorados y cómo no, la realización de una banda sonora completa con canciones y todo. El score fue compuesto por el habitual Ry Cooder después de que James Horner decidiese retirarse del proyecto tras componer tres bandas sonoras distintas.
El western está presente en toda la obra de Hill, y en "Calles de fuego" no iba a ser menos, ya sea por el dibujo del personaje central Tom Cody, que encuentra en el limitado Michael Paré al actor ideal, con su aureola de romántica soledad y oscuro pasado conviene decir que la película iba a ser la primera de una trilogía con Cody como personaje central, pero el fracaso de la misma canceló dichos planes, o por las características de la misión que acepta, la cual parece recordar en todo momento al esqueleto argumental de "Centauros del desierto" ("The Searchers", John Ford, 1956). Un casi novato Willem Dafoe es el líder de los villanos que secuestran a Ellen, y Cody, antiguo amor de Ellen, que prefirió el éxito a la felicidad otro toque machista en el cine de Hill, la mujer que prefiere la seguridad material al amor, en uno de los primeros personajes femeninos algo relevantes en la obra de su autor cabalga hacia su rescate acompañado del marido de Ellen un seriote Rick Moranis y McCoy, un personaje que en principio iba a ser un hombre, pero se adaptó a Amy Madigan, que realiza una divertida composición, la otra cara de la moneda de Cody.
Como en la mayoría de los films de Hill, el amor no triunfa en sus historias, este deja siempre un poso amargo o simplemente es despreciado. Por mucho que se amen Ellen y Cody, cada uno debe seguir su camino, tienen vidas totalmente distintas y su historia es pasajera, como ese apasionante beso en la inspirada secuencia bajo la lluvia. Por eso en ese final que bebe de "Casablanca" (id, Michael Curtiz, 1943) Cody deja a su amor bajo el cuidado de su representante y marido, mientras parte hacia nuevos horizontes en compañía de McCoy. Un conclusión nada complaciente, y que remite de nuevo a la mitología del western, justo después del vibrante clímax, una lucha encarnizada entre Raven (Dafoe) y Cody, a hostia limpia y sin contemplaciones, arreglando sus diferencias, y también decidiendo el futuro del lugar, como hacían los hombres en otro tiempo y otro lugar, el del género de géneros, envuelto en una nueva forma de ver y disfrutar el cine, con la síntesis de Hill como principal baza y su capacidad para reducirlo todo al poder de la imagen. El público no estaba preparado y la película fue un fracaso, obligando a Hill a hacerse cargo de un proyecto que se convertiría en una de las peores películas de su filmografía.
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