viernes, 4 de abril de 2014

Cómic en cine: Spawn, de Mark A. Z. Dippé y ¡menuda nochebuena!

Interesante, Cómic en cine: Spawn, de Mark A. Z. Dippé - 20/02/2014 2:01:54

" 1992 fue un año cuanto menos singular. Y si aquí podría hacer referencia inevitable a la Expo o las Olimpiadas, centraré este discurso introductorio en lo que al mundo del cómic compete, ya que al menos dos fueron los acontecimientos puntales que movieron el noveno arte a ambos lados del charco. En estas orillas, y como ya comenté en su momento, comenzó el desembarco masivo del manga verbigracia a la llegada de "Dragonball", un título fundamental no sólo para entender el cómic nipón sino la historia de publicación del tebeo en nuestra tierra. Mientras tanto, en Estados Unidos se producía un movimiento por parte de un pequeño grupo de artistas que estaba llamado a cambiar de forma radical el panorama editorial yanqui.
La revolución se llamaba Image, una nueva casa que habían construido siete prófugos de Marvel con la intención de huir de las cadenas de producción que imponía La Casa de las Ideas y también DC, no vayamos a pensar que la Distinguida Competencia se movía en parámetros distintos: Jim Lee, Rob Liefeld, Todd McFarlane, Marc Silvestri, Erik Larsen, Whilce Portacio y Jim Valentino se liaban la manta a la cabeza, abandonaban las paredes que los habían convertidos en superestrellas, sobre todo al primero y al tercero, y fundaban un sello destinado a alterar por completo asuntos de una tradición tan asentada como los derechos de autor sobre los personajes, permitiendo la nueva editorial a los creadores mantener los mismos sin ningún tipo de cortapisas.
"Spawn", el cómic

Íntimamente ligada al comienzo de la actividad de Image estuvo, obviamente, la aparición de toda una serie de títulos que, firmados por cada uno de los siete nombres, tenían la clara pretensión de romper moldes y destrozar los récords de ventas controlados de forma exclusiva hasta entonces por las dos grandes. Y con el objetivo de hacer más porciones del inmenso pastel que es o era el mercado estadounidense del cómic, aparecieron siete colecciones que, con muy dispares calidades, supusieron el pistoletazo de salida de la editorial. Atendiendo a cada autor, éstas fueron "WildC.A.T.S", la inefable "Youngblood", "Spawn", "Cyber Force", "Savage Dragon", "Wetworks" y "Nighthawk", siete títulos que, más allá de su espectacular factura visual, demostraban que en cuanto a ideas originales, a Image le faltaba mucho camino por recorrer para apartarse de los senderos marcados por Marvel.
De entre ellas, quizás la que demostraba mayor voluntad por apartarse de los cánones de La Casa de las Ideas era "Spawn", creación del polémico Todd McFarlane un tipo cuya vida daría para una serie de artículos…qué digo una serie…¡un libro! la cabecera venía protagonizada por un enigmático personaje enmascarado y de aspecto demoníaco del que pronto sabríamos que se trataba de Al Simmons, un militar asesinado que, habiendo llegado a un acuerdo con Malebolgia el diablo estaba destinado a guiar las legiones de demonios en una guerra orientada a acabar con la humanidad.
Con un dibujo que perfeccionaba aún más lo que ya habíamos podido verle al artista en la mítica "Spider-man" y un magnífico color infográfico "Spawn" comenzaba muy pronto a dar señales de que, más allá de su interesante premisa de partida, de varios secundarios llenos de carisma muy bien traídos y de los movimientos para aumentar ventas que suponían los números firmados por guionistas de la talla de Frank Miller, Dave Sim o Neil Gaiman, McFarlane no tenía ni pajolera idea de por dónde llevar una serie que, aún así, y contra todo pronóstico debido a los incontables altibajos de calidad que ha sufrido, lleva veintidós años publicándose de forma ininterrumpida y casi 240 números a sus espaldas.
"Spawn", horrenda

Como diríamos en lenguaje coloquial "no acabo de salir de Guatemala que me meto en Guatapeor". Y es que si anteayer tenía que pasar por el mal trance de revisar la deleznable "Batman y Robin" ("Batman & Robin", Joel Schumacher, 1997), la cinta que hoy nos ocupa se atiene con igual intensidad a los parámetros de infumabilidad que la cuarta entrega de la franquicia del hombre murciélago, no sirviendo de excusa para defenderla el que su presupuesto fuera de 100 millones de dólares menos que ésta o que no contara con un director de primera fila para sacarla a flote más que nada porque ambas afirmaciones de poco le sirvieron al filme de Schumacher.
Promesa del mundo de los efectos visuales que había trabajado en "Terminator 2: el día del juicio final" ("Terminator 2: Judgement Day", James Cameron, 1992) o "Parque Jurásico" ("Jurassic Park", Steven Spielberg, 1993), Mark A.Z.Dippé se había nombrado a sí mismo el sucesor de George Lucas y James Cameron antes incluso de ponerse tras las cámaras de ésta su ópera prima. Toda una declaración de principios que no hacía sino anticipar aquello de "más dura será la caída": y es que lo que el cineasta novato pone en juego en "Spawn" (id, 1997) es de una calidad tan cuestionable que no es de extrañar que, por más que la cinta recuperara lo invertido en suelo yanqui, lo mucho que la crítica arremetió y con razón contra ella, terminara jugando en contra de las aspiraciones del realizador.

Más preocupado en plantear planos "molones" esos money shots que tanto abundaron, y tan incuestionable daño hicieron al cine de acción en la década de los noventa tanto la narrativa visual de Dippé como el discurso argumental que sirve el guión firmado por él mismo y Alan B.McElroy, son un cúmulo de constantes despropósitos que, apreciables desde los primeros minutos de proyección, con ese horrendo prólogo, determinan el discurrir de una función que se hunde en el más oscuro de los abismos gracias también a unas interpretaciones de pena.
Al frente de las mismas, y obviando por lo doloroso/bochornoso a un Martin Sheen que Dios sabe en qué diantres estaba pensando para meterse en tamaño berenjenal, encontramos la que se lleva la palma en cuanto a irritante e insoportable, la de John Leguizamo. El actor de origen colombiano compone con Violator, un demonio con la apariencia terrenal de un payaso, uno de sus papeles más intragables, y la abundante cuota de pantalla de un personaje que lo mismo suelta frases imposibles que se saca unos calzoncillos cagados que llama Lolita a una niña de menos de diez años sólo se explica bien por un alarde de estupidez supina por parte de director y guionista, bien por las ganas de que la cinta obtuviera la calificación PG-13 que, aún así, se quedaba corta para los supuestos intereses de McFarlane.
Éste, que lleva coqueteando con la idea desde principios de siglo con un reboot del personaje mucho más oscuro y terrorífico epíteto que habría que matizar, porque la cinta que hoy nos ocupa es terrorífica de narices, ya fue capaz de ofrecer dichas intenciones en la serie de televisión animada emitida por HBO entre 1997 y 1999, un producto muchísimo mejor pensado y ejecutado que su contrapartida en imagen real que demostraba que, de haber querido, se podría haber filmado algo más digno que lo que tuvimos que sufrir hace diecisiete años. De poco servían pues a los propósitos del artista, del director o de New Line, añadir al cóctel que es "Spawn" la presencia de Nicol Williamson el Merlín de "Excalibur" (id, John Boorman, 1982) o unos efectos visuales muy logrados en ocasiones y de vergüenza en otras muchas cuando el resultado es de esos de "usar y tirar" sopena de ver muy mermadas nuestras capacidades cognitivas e intelectuales.
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La noticia Cómic en cine: Spawn, de Mark A. Z. Dippé fue publicada originalmente en Blogdecine por Sergio Benítez.

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Es Noticia, Richard Donner: Los fantasmas atacan al jefe, ¡menuda nochebuena! - 06/06/2013 3:47:05

" Dirigir a Billy es como ser policía en Times Square tras un apagón.
Richard Donner
Viviendo todavía de las rentas de "Cazafantasmas" ("Ghostbusters", Ivan Reitman, 1984), Bill Murray llevaba cuatro años sabáticos dedicados a criar a sus hijos. Y aun así, todavía se le consideraba como uno de los cómicos más influyentes de la década de los ochenta gracias al fundamental papel que había jugado en su momento en el "Saturday night live". Tanta era su fama, que a cada año que pasaba sin volver a la gran pantalla su caché iba subiendo, y Paramount se atrevió a aprovechar la inercia que supondría de cara a la audiencia el volver a ver el nombre del histriónico actor sobre las marquesinas de los cines para ofrecerle 6 millones de dólares una cifra que, en palabras del productor es "…más que lo que recibieron el productor, director y reparto juntos".
El vehículo elegido para su regreso era "Los fantasmas atacan al jefe", horrible traducción del original "Scrooged", conversión en verbo como tanto gustan hacer los angloparlantes con los sustantivos del apellido del protagonista del "Cuento de Navidad" de Charles Dickens, Ebenezeer Scrooge, ya que de eso trataría el filme, de una reversión del inmortal relato en clave moderna escrita ex-profeso para Murray por Mitch Glazer y Michael O"Donoghue, antiguo conocido del actor de sus días en la televisión.
La oferta de dirigir un paquete tan cerrado como el que acabamos de describir, puesto en pie con la sola idea de reventar la taquilla por el omnipresente protagonismo de su intérprete principal, le llegaría a Richard Donner de mano de Michael Ovitz, un ejecutivo de inmenso poder en Hollywood que Donner conocía desde una década atrás cuando aquél había atraído a Steve Roth, el agente del cineasta, a su agencia de representación una agencia que llevaba a nombres como los de Steven Spielberg, Tom Cruise, Madonna o Michael Jackson.
Usando todas las estratagemas posibles para que el nombre de un director de primera fila respaldara la inversión de 32 millones de dólares, Ovitz llegó a dejar a Bill Murray la dirección de Donner para que, una noche, el actor se plantara sin previo aviso en casa del director y así casi coaccionarlo a aceptar el trabajo Donner no tenía ni idea de que Ovitz había utilizado, sin conseguir nada, las mismas tácticas de acoso y derribo con Sydney Pollack para que éste fuera el encargado de dirigir el filme.
Con una pre-producción ya puesta en marcha antes de que él tomara las riendas, Donner quiso contar de nuevo con Stephen Goldblatt en la dirección de fotografía, pero éste ya tenía un compromiso previo y el cineasta dirigió sus miras a Conrad Hall, que tras varios problemas y "una alarmante carencia de sentido del humor" en palabras de Donner, sería finalmente sustituido por Michael Chapman, director de fotografía de cintas como "Tiburón"("Jaws", Steven Spielberg, 1975) o "Toro salvaje" ("Raging bull", Martin Scorsese, 1980).
Ahora bien, si algo marcó sobremanera el devenir de un rodaje que transcurrió en medio de un festivo ambiente navideño por las animadas calles de Nueva York, eso fue la complicada relación que se estableció entre Murray y Donner. El cineasta, que en no pocas ocasiones llegaría a preguntarse si para lo que le habían contratado no era dirigir sino controlar a la estrella, animaba a Murray en sus constantes improvisaciones como ya había hecho tantas veces en el pasado con los actores bajo su cargo, pero al mismo tiempo temía que los persistentes desvaríos del cómico en cada una de las escenas terminaran pesando en contra de la identificación del público con su personaje, un tiránico ejecutivo de televisión que, como Scrooge en el cuento original, será visitado por tres fantasmas la noches previas a Navidad.
Implicado en todas las facetas de la producción para asegurarse el éxito que justificara el desproporcionado cheque que Paramount le había extendido, Murray reescribió el guión e incluyó a familiares y colegas del "Saturday…" en el reparto, provocando en última instancia que la fuerte impronta que Donner estaba acostumbrado a dejar en sus filmes se viera disminuida sobremanera hasta el punto de que cueste ver en el metraje al mismo director de "Lady halcón" ("Ladyhawke", 1985), "Los Goonies" ("The Goonies", 1985) o "Arma letal" ("Lethal weapon", 1987), los tres títulos precedentes al que hoy nos ocupa.
Esto no significa que no se aprecien ciertos apuntes que hacen referencia a su trayectoria y personalidad, ya sea en algunos de los secundarios que aparecen en la cinta, ya en alguna broma personal como la escena en la que la familia del personaje de Murray juega al Trivial y uno de ellos pregunta por el nombre del barco de la "Isla de Gílligan", icónica serie de los sesenta en la que trabajó el cineasta. Pero más allá de estos pequeños detalles y de que el mensaje último de la cinta acerca del poder redentor del amor entroncara casualmente con el espíritu romántico de Donner, queda claro quién llevó la voz cantante durante todo el proceso de producción.
Tanto es así que el director, sabedor del impresionante talento para los monólogos improvisados de la estrella, dejó que la escena final del filme se rodara sin guión, instando a los actores y los miembros del equipo técnico a que se fueran uniendo a Murray en una secuencia que quedó tal y como se filmó en esa primera y única toma en el montaje final. Un montaje que traería de cabeza a todos los implicados en el mismo hasta tal punto que Donner, irritado por no poder imponer su visión, terminaría prefiriendo quitarse de en medio y dejar atrás los gritos de Murray, Pollack que finalmente actuó como consultor no acreditado y el equipo de editores mientras navegaba tranquilamente en su nuevo barco desde Florida a Los Ángeles.
Sátira sobre lo despiadado del mundo de las corporaciones de televisión y lo materialista de la década de los ochenta, "Los fantasmas atacan al jefe" es una de esas cintas que o bien abrazas en toda su plenitud o bien detestas con todas tus fuerzas dependiendo de lo mucho que logres identificarte con un Bill Murray que, eso sí, se deja la piel en su interpretación de Frank Cross, esforzándose hasta el límite por hacer que termines adorando a tan desagradable personaje.
Más allá del incuestionable tour de force del actor, el problema que personalmente siempre le he encontrado a la cinta es que su intención primigenia de hacer una comedia queda completamente deslavazada en un relato de humor muy negro algo que la partitura de Danny Elfman se encarga de puntualizar una y otra vez a lo largo del metraje que, como apuntó en su momento el desaparecido Roger Ebert, "hace más hincapié en el dolor y la ira". Y en última instancia, esta incapacidad de hacer reír es la que termina invalidando los denodados esfuerzos de Murray, quedando el filme como poco más que una correcta vuelta de tuerca al relato dickesiano.
Con el positivo dato que supusieron unos pases previos en los que un 93% de la audiencia opinó que el filme era "muy bueno", el fracaso crítico de la cinta fue un duro golpe para Murray, pero no para un Donner que ya tenía sus miras puestas en su siguiente proyecto: sabedor de que el favor de la crítica obtenido con "Arma letal" había sido barrido por la marea de "Los fantasmas atacan al jefe", el cineasta se preparó para volver a ser "letal".

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Información: Spielberg desvela la negativa de Day-Lewis por carta para interpretar al presidente Lincoln y cómo le convenció - 08/01/2013 11:39:00

"El actor Daniel Day-Lewis rechazó dos veces el papel del presidente Lincoln que le ofreció el director Steven Spielberg, que cambió el guión tres veces hasta que le convenció.
El director ha desvelado la primera carta del actor declinando interpretar el papel protagonista en Lincoln que podría darle su tercer óscar como Mejor actor principal.
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Documentos adjuntos:2013_1_8_PHOTO-21a2a6ac8372f3f416c1bca6ffd7d23f-1357664316-45.jpg
http://images.lainformacion.com/cms/daniel-day-lewis-y-steven-spielberg-actor-protagonista-y-director-de-lincoln/2013_1_8_PHOTO-21a2a6ac8372f3f416c1bca6ffd7d23f-1357664316-45.jpg?width=500&type=flat&id=XByFBCPsKIJJnySP2iI4N6&time=1357664452&project=lainformacion
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Interesante, Críticas a la carta | El show de Truman de Peter Weir - 25/11/2011 4:32:10

" Cuando echamos la vista atrás y vemos que la Academia de Hollywood premió como mejor película de 1998 a "Shakespeare enamorado" ("Shakespeare in Love", John Madden, 1998) nos entristecemos un poco al pensar que fue el año de películas como "Salvar al soldado Ryan" ("Saving Private Ryan", Steven Spielberg) una obra maestra más de su director, "La delgada línea roja" ("The Thin Red Line", Terrence Malick) una gran obra que gana con el paso del tiempo, "Un plan sencillo" ("A Simple Plan", Sam Raimi) gran film noir que supone la cima de su director, y cómo no, "El show de Truman", ("The Truman Show", Peter Weir), film que en cierto modo profetizaba sobre el poder de los reality shows, que se erigía como una de las mejores cintas de su estimable realizador, amén de ofrecer uno de los mejores papeles de Jim Carrey, hasta aquel entonces enfrascado en un buen número de personajes llenos de tics y muecas.
Que las película mereció más nominaciones sólo consiguió las de mejor director, mejor actor secundario y mejor guión es algo que ya se sabía entonces y que el paso del tiempo ha ido confirmando. Recientemente en la sección Respuestas, uno de nuestros lectores, el avispado luisss, fue aplaudido al resumirla con una sola palabra: vida. Pocas veces debo estar yo de acuerdo con un lector, pero es una palabra que la define a la perfección. "El show de Truman" es, a las puertas del 2012, mucho más actual y revolucionaria de lo que fue en el momento de su estreno. Un canto a la vida y una crítica sin cuartel al poder de la televisión y la lucha por las audiencias, pero sobre todo un retrato del ser humano con todo lo bueno y lo malo que tenemos, que es mucho.
El concepto de "Gran hermano", tan conocido en nuestro país gracias a un penoso programa de televisión que, temporada tras temporada, ha ido lobotomizando a los espectadores tontos, proviene de la famosa novela de George Orwell "1984", publicada en 1949, y que posee dos adaptaciones cinematográficas, "1984" (id, Michael Anderson, 1956) y "1984" ("Nineteen Eighty-Four", Michael Rsdford, 1984). Dicho concepto no se utiliza en la película pero su influencia está más que clara. No obstante, la idea de una vida de ficción paralela a la real tampoco es original en realidad ¿qué es original y qué no?; hay precedentes en la serie de televisión "Twilight Zone" y en alguna que otra novela de Philip K. Dick aún sueño con una adaptación de "Time Out of Joint", cuya premisa argumental es simple y llanamente impresionante. Andrew Niccol recupera la idea base para su libreto, y la premisa que propone aterra por su verosimilitud. Una empresa adopta un bebé al que convertirá en el protagonista del reality show más exitoso de la historia, todo un mundo creado para él, siendo totalmente inconsciente de que vive una farsa.
Considero un gran acierto en el libreto de Niccol el hecho de que el espectador sepa enseguida que Truman vive en un enorme plató tanto que puede apreciarse desde el espacio exterior al igual que la muralla china, y no juegue al suspense presentándonos ese detalle al final como si de uno de esos giros dramáticos de guión se tratase. A cambio se opta por descubrir la terrible verdad al poco de su inicio no obstante, ese foco que cae del cielo, y la angulación de la cámara, simulando monitores, son suficientes pistas al respecto, e impactar en el espectador simplemente con la premisa, que por sí sola ya resulta aterradora y capta nuestro interés. El film critica la curiosidad humana, el vouyeur que todos llevamos dentro, y ahí estamos frente a la pantalla, interesándonos por la vida de un pobre desgraciado al que no se le ha dado la oportunidad de elegir. Hay que alabar el trabajo de síntesis realizado en el guión, pues hablamos de una película que dura poco más de hora y media, y aúna en poco tiempo mucha información hábilmente dosificada.
Y es un acierto esa opción de la supresión del suspense porque resulta prácticamente absurdo. La vida de Truman no tiene nada de especial, y me refiero a la vida ficticia que vive desde su nacimiento. Weir y Niccol ya logran que nos involucremos en la historia porque reconocemos nuestro lado vouyeur, y porque en el fondo deseamos que Truman consiga su objetivo, salir de esa mierda de mundo dicho sea de paso que sirve como alegoría de un mundo ideal, aunque controlado por un ser superior, un dios muy particular, llamado Christof y por ende alcanzar el amor, representado en el personaje al que da vida una encantadora Natascha McElhone. Es ése el único y poderoso punto de inflexión en la historia, y que en cierto modo habla de la propia naturaleza del ser humano al creer en algo más que lo que vemos, a aspirar a algo mejor y por coherencia a luchar por nuestros sueños, sean posibles o no. Cualquiera de nosotros puede ser Truman, nos identificamos con él y no necesitamos protagonizar un reality show para ello. Sus miedos y temores son los mismos que los nuestros y la falsedad del mundo que le rodea es la nuestra propia, el querer disfrutar con los placeres y sufrimiento de los demás, olvidándonos de lo principal: disfrutar y sufrir por nosotros mismos. De sentir.
Por primera vez en la carrera de Jim Carrey, su histrionismo le queda a la perfección. Su actuación va acorde con todo el mundo en el que vive y en el que prácticamente es un producto más de marketing. La evolución de su personaje queda perfectamente captada en una interpretación llena de matices en la que el actor demuestra que es mucho mejor de lo que nos había hecho creer con sus papeles de payaso. Atención a la forma de saludar todas las mañanas a sus vecinos, la misma que usa al final con reverencia incluida y de connotaciones muy diferentes. Pocas veces se nos ha erizado la piel como el momento de la libertad de Truman, porque representa la nuestra propia. Por el camino queda un personaje odioso a cargo de una excelente, como siempre, Laura Linney, una arrebatadora música de Burkhard von Dallwitz y Philip Glass, y un Ed Harris glorioso. Todos al servicio de una puesta en escena de Peter Weir a base de planos que encierran a sus personajes en perfecta consonancia con lo que se cuenta. La liberación de Truman se produce fuera de campo, cuando la película ha terminado y el controlable espectador busca otro canal. No es difícil imaginar que Truman se encontrará con el amor de su vida. Y habrá sido su elección, porque el amor es, como la vida, una cuestión de voluntad.
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