miércoles, 22 de mayo de 2013

El cine mudo y El guión de Mitchell Kapner y David

Interesante, Oz, un mundo de fantasía, la magia que necesitamos - 07/03/2013 9:31:37

" El escepticismo es la postura más razonable antes de acometer el visionado de una gran superproducción de Hollywood. Hay casos en los que podremos encontrar grandes películas como "Skyfall" (id., Sam Mendes, 2012), pero lo más habitual es que no pasen de ser meros pasatiempos más o menos conseguidos o directamente mediocridades indignas de nuestra atención. El problema adicional es que son más comunes los casos en los que estos blockbusters de calidad discutible dan beneficios que los que obligan a sus productores a replantearse la situación, por lo que parece difícil que esto vaya a ir a mejor en el futuro. El último gran ejemplo que hiciera tambalearse a la compañía que había detrás fue "John Carter" (id., Andrew Stanton, 2012), y ahora existe cierto miedo en Disney sobre la posibilidad de que pase lo mismo con "Oz, un mundo de fantasía" ("Oz: The Great and Powerful", Sam Raimi, 2013).
El gran problema para Disney es que han gastado la friolera de 325 millones de dólares entre costes de producción e inversión publicitaria y, por regla general, se entiende que se ha recuperado lo invertido cuando una película logra recaudar el doble de lo que ha costado. "Oz, un mundo de fantasía" tendría entonces que convertirse en una de las 63 películas más taquilleras de todos los tiempos todo ello sin contar los ajustes inflacionarios para no considerarse una fracaso o, como mínimo, una decepción. La gran diferencia entre "Oz, un mundo de fantasía" y "John Carter" es que la película de Sam Raimi cuenta a su favor para conseguirlo el ser un estupendo entretenimiento para toda la familia que cuenta con el cariño añadido de muchos espectadores hacia "El mago de Oz" ("The Wizard of Oz", Victor Fleming, 1939) y no un, siendo generoso, fallido intento de crear un universo propio como sucedía con la cinta de Andrew Stanton.
Me gustaría aclarar antes de nada que nunca he tenido una especial debilidad hacia "El mago de Oz". De hecho, ni siquiera me gustaba siendo niño y fue en un visionado ya como adulto cuando conseguí ver casi todas las virtudes que muchos adjudican a este clásico inmortal de la historia del cine. "Oz, un mundo de fantasía" intenta jugar con las mismas cartas en su función de precuela de la película de Victor Fleming, tanto en contenido un mensaje esperanzador pese a los obstáculos que surjan por el camino como en forma mucha atención al acabado visual, en especial a la viveza de algunos colores, algo llevado más al extremo en la cinta de Sam Raimi. Otra asunto distinto es que todo no esté igual de equilibrado ,un poco menos de metraje le hubiera venido muy bien a la cinta que ahora ocupa- y que "Oz, un mundo de fantasía" no consigue replicar la magia cinematográfica de "El mago de Oz", aunque eso no quiere decir que esté exenta de ella.
El ingenuo optimismo es cada vez más escaso en una época dominada por el cinismo o la desesperanza ante la crisis económica global que está afectando con especial fuerza a los españoles. "Oz, un mundo de fantasía" es una respuesta a esa necesidad de volver a creer en que todo se arreglará si colaboramos juntos en esa dirección. La experiencia vital antes de llegar a Oz del encantador sinvergüenza interpretado con soltura por James Franco sirve para recordarnos que el individualismo sólo te permitirá llegar hasta cierto punto, siendo imposible llegar a conocer la auténtica felicidad. Quizá por ello y por el simple lucimiento visual Raimi opta por remarcar la importancia del grupo dentro de Oz mediante una clara tendencia a la utilización de planos abiertos, sólo cerrando realmente el encuadre para escenas íntimas claves en la evolución interior del protagonista y del propio espectador.
"Oz, un mundo de fantasía" hace gala de un tremendo despliegue de medios visuales muy efectivos en general, aunque haya algunos detalles, en especial al poco de llegar a Oz, que delaten su artificiosidad para sumergir al espectador en la trama. Raimi acierta de pleno al apostar por el blanco y negro y una imagen con un aspect ratio de 4:3 propio del cine mudo y que fue cayendo en desuso con la llegada del color para contarnos las peripecias iniciales del protagonista como un mago mujeriego de poca monta. Ya aquí se nos recuerda la utilización del 3D algo intrascendente cuando la acción tiene lugar en Oz como una tecnología exógena a esa época al aparecer en los márgenes negros de la imagen. Este detalle puede desconcertar a los espectadores que sólo estén habituados al cine moderno, pero su presencia va mucho más allá de ser un mero capricho de Raimi, ya que es el punto de apoyo de la naturaleza de "Oz, un mundo de fantasía" como homenaje al propio cine. Y lo mejor de todo es que lo consigue sin tener que decírselo de forma directa al espectador, sino incidiendo en los deseos de su protagonista y mostrando la capacidad de fascinación del séptimo arte pese a sus innegables raíces de "simple" ficción.
Uno de mis grandes miedos ante "Oz, un mundo de fantasía" es que cayera en la más baja forma del infantilismo a través de Finley el mono sirviente parlante y con alas y de otros elementos en los que la ingenuidad de su propuesta afectase al resultado final, pero lo cierto es que no hay nada realmente insoportable. Es cierto que la bondad de la bruja buena y sus seguidores puede resultar frustrante y que hay situaciones en las que Finley no deja de ser un secundario cómico pero de humor blanco no, blanquísimo bastante prescindible, pero no son más que pequeños bajones del guión de Mitchell Kapner y David Lindsay-Abaire a partir de la novela de L. Frank Baum que abría la extensa serie ambientada en el mundo de Oz. Eran otros tiempos y por aquel entonces lo habitual era remarcar al máximo la diferencia entre el bien y el mal, dejando un espacio casi inexistente para esos grises que tanto valoramos en la actualidad. Esto se traduce en pequeñas decepciones como que una, eso sí, radiante Michelle Williams no pueda desplegar todo su talento interpretativo, pero es un sacrificio en aras de un objetivo mayor: Hacer sentir bien al espectador sin caer en lo ofensivo hacia su inteligencia.
Puede que "Oz, un mundo de fantasía" diste mucho de ser una película perfecta, pero sí es un entretenimiento muy recomendable en los tiempos que corren. Con el pesimismo cada vez más presente en nuestra sociedad, estamos ante una agradable experiencia cinematográfica que ofrece un mensaje de esperanza a todos aquellos que estén pasando por un mal momento. Un sentido homenaje a la magia del cine, un espectáculo de primer nivel en lo visual y, sobre todo, una película en la que merece la pena emplear nuestro tiempo. No será un ejemplo del cine que realmente queremos, pero sí del que necesitamos en la actualidad.
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Interesante, The Fall: El sueño de Alexandria, la fiesta portátil - 04/08/2012 8:00:14

" Una niña, que permanece en un hospital angelino con un brazo roto, llamada Alexandria (Catinca Untura) escucha el asombroso relato de un enfermo, Roy (Lee Pace), sobre el relato de unos bandidos y su presunta venganza contra el general Odius (Daniel Caltagirone) y la historia de amor del bandido rojo con una chica llamada Evelyn (Justine Waddell). Poco a poco, la niña va cometiendo pequeños hurtos de pastillas para el enfermo, va descubriendo los pequeños puentes entre sus personajes secundarios y los que habitan el pequeño círculo de Roy.
Tarsem Singh dirigió esta película, basada en el guión de Valeri Petrov escrito para la desconocida película búlgara "Yo Ho Ho" (1981, Zaskia Heskija) y la coescribió junto a Dan Gilroy y Nico Soultanakis. La película ha logrado una reputación durante todo este tiempo, tal vez por ser el único film con problemas de producción de su director, Tarsem Singh.
Singh ha dirigido dos películas comerciales tras esta, "Inmortals" (id, 2011) y "Blancanieves" (Mirror, Mirror, 2012) así que este status puede reverenciarse con mayor facilidad. La presencia de homenajes posteriores al cine mudo, que conforman el epílogo de esta película, como "The Artist" (id, 2011) y "Hugo" (id, 2011) pueden ayudar a vindicar al a película como algo tal vez visionario.
Acierta Jordi Costa cuando compara los talentos compositivos del cineasta Singh con los del cineasta soviético Sergei Parajanov, sin embargo el maestro tiene una sabiduría en la ejecución de sus poemas que su discípulo a medio camino en Hollywood no ha desarrollado con entereza y, por supuesto, la ruptura artística de Parajanov, su temperamental actitud estética y trascendental ha desaparecido quedando rastros ocasionales del talento natural del cineasta para unir folklore, mito, relato y diversas mitologías cristianas.
Pero su visión poética permanece durante gran parte de la introducción, una especie de versión nostálgica de algunos de los modales narrativos de "La princesa prometida" (The Princess Bride, 1986) en la que el narrador de la historia, un especialista de cine lesionado, logrará servir como excusa para que Singh explore escenas de una belleza incalculable.: desde la introducción de cada uno de sus protagonistas pasando por el suicidio en un laberinto de desesperación y una preciosa versión de una boda interrumpida. Elipsis, transiciones, momentos de una extrema musicalidad, planificación exquisita.: durante gran parte de su metraje, Singh se desvela un dotadísimo estilista.
La cámara e iluminación de Colin Watkinson, el trabajo de diseño de producción de Ged Clarke y el exquisito vestuario de Eiko Ishioka completan los bestiales talentos compositivos y escenográficos de su hiperkinético y superdotado cineasta; sin embargo, el tercer acto de la película, pierde de vista el corazón de su relato, es bastante predecible en su relato progresivamente climático de fantasía, muestra de manera irresoluble sus facilonas referencias melodramáticas y cierra la película sin la convicción de sus mejores momentos.
Parece una pena que un talento arrollador sea incapaz de encontrar funciones a su estilo superior y que otorgue ventajas a relatos bastante más modestos en panorámica y ambición, como aquel que escribió William Goldman, pero parece que incluso en la más extraña de las películas producidas en los límites de Hollywood está la sensación de presenciar un revoltijo incoherente con momentos sobresalientes.
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Interesante, La invención de Hugo, mi viaje por los orígenes del cine - 26/02/2012 14:29:37

" Esta noche de Oscars merece la pena recordar la película que debería ganar todos los premios. Sobre esta película han escrito ya Zorrilla y Maldivia.
En su última película, Martin Scorsese filma con una belleza insólita. Insólita por dos razones: la primera es porque lo hace en 3D, siempre presto a efectismos y debido a unas decisiones industriales un tanto discutibles, la segunda es porque su película no es tanto una obra maestra, otra más en su vasta carrera, sino un testamento cinematográfico sobre sus orígenes (como espectador), un manifiesto teórico disfrazado de cine para niños.
Martin Scorsese acaba de desmantelar, y esto es complicado, todo el cine para niños, especialmente "Super 8" (id, 2011), pero también toda esa cinefilia deshecha con "The Artist" (id, 2011) o ocupada en amar los ejercicios adolescentes de Quentin Tarantino con el mismo énfasis. Su película para niños ya no persigue esa quimera un poco infame (contentar a niños y adultos), sino que realmente es un relato que los niños disfrutarán con llaneza y vigor, pero que es capaz de desarrollar todas sus capas profundas en un espectador adulto que se encontrará con una película extraña: no se le pide que recuerde con nostalgia los amores preadolescentes o que reduzca toda su vida al insufrible esquematismo del cuento de hadas, sino que use esos esquemas para subvertirlos en toda curiosidad que rodea a la infancia, pero sin que esquive el dolor. En la primera mitad de la película, vemos las lágrimas de Hugo recordando a su padre, vemos a la Muerte como una interrupción siempre inútil e indeseada, vemos todo lo contrario a lo que entendemos (o entendimos) como un final feliz.
En pocas palabras, La invención de Hugo es tan sofisticada que uno se siente golpeado por su fotograma final. Las simetrías visuales son desternillantes. Tenemos vibrantes reescrituras de Buster Keaton, algunas mediante el personaje de Sacha Baron Cohen, y otras más sofisticadas para el espectador despistado. Tenemos también el placer del montaje, de las imágenes de archivo, se llegan a solapar los fotogramas de Mélies con la reconstrucción de los mismos y todo esto sin renunciar a unos exuberantes planos secuencia, punteados por un score de un inspirado Howard Shore, perfectos para el 3D que emplea con astucia Scorsese.
El guión de John Logan no es un gran guión. Sí, los personajes van de un lugar para otro, incluso llegan a tiempo para cerrar los agujeros y que no los pensemos. Pero no importa. Esta película es un poema de Scorsese y Logan cumple con las excusas narrativas (cerrar todas las historias siguiendo el libro original) mientras que Scorsese, ya liberado, se dedica a perder convenciones a lo largo de todo el metraje. El argumento es sencillo e incluye al tierno y dickensiano Hugo Cabret (Assa Butterfield) y su viaje por descubrir qué diantres oculta el autómata dejado por su fallecido padre (Jude Law) y por qué irrita a George (Ben Kingsley), un huraño restaurador de juguetes rotos que trabaja en la estación en la que vive Cabret, programando el reloj. Su amistad con Isabel (Chloe Moretz), la ahijada de George, le embarcará en una aventura definitiva en la que tendrá que esquivar al jefe de estación (Sacha Baron Cohen), ocupado en cazar hurtos y enviar niños huérfanos al orfanato.
Una de las obras maestras indudables de Scorsese es "Mi viaje a Italia" (Il mio viaggio a Italia, 1999). En esas cuatro horas, lo que hace Scorsese es sintetizar su teoría, cosa bastante difícil y explica su viaje a través de su infancia y a través de su comprensión de cineastas como Rossellini, Visconti, De Sica, Fellini o Antonioni. Ha detectado ya la inteligencia de Jordi Costa como esta película anómala une estas dos vertientes.
No es el único documental cinéfilo de Scorsese, pero si el más rotundo. Scorsese ha sido siempre un cineasta extraño. Cosmopolita, ocupado en la preservación de películas, espectador curioso siempre y ocupado en reivindicar figuras incómodas para una cinefilia oficialista y perezosa (desde todo Rossellini hasta los descubrimientos de cineastas como Edward Yang, todavía ignorados) o en reconocer el tino de algunos de los cineastas a los que influyó (Wes Anderson, cuya carrera parece llevar la ruta opuesta a la de Scorsese, ocupado como está en el solipsismo).
Y el viaje de la película empieza con el desvelo en la sala de cine, viendo una película maravillosa de Harold Lloyd. ¡Y no ven los niños la película entera y qué brillante decisión es! Porque la vida es con frecuencia así de incompleta y el primer desvelo es una primera tentativa y mientras que Hugo Cabret no deja de mirar, su amiga Isabel no ha dejado de leer. Ambos descubrirán una biblioteca de Cine donde aprenderán cosas mejores: que el cine es también historia, que la historia debe escribirse y pensarse para ser comprendida, pero también corregirse y que el cine es memoria y olvido y también un lenguaje que se ha levantado sobre el montaje. El viaje de los niños es el viaje de Scorsese, pero también es un viaje contemporáneo: de como llegamos a la literatura, de como aprendemos a ver cine, y de como, finalmente, miramos en retrospectiva.
En definitiva, esta película es sobre vida, literatura, cine, temas indudablemente anacrónicos y bellos. Sobre la manera en la que miramos y nos enfrentamos a la Historia. Alejado de esa pretensión inocente (que el cine es una mera fábrica de sueños, porque el cine es siempre la proyección de unos cuantos sueños que luego se descubren colectivos o que el arte tiene mucho de colectivo y a la vez de individual y todas esas tensiones no las esquiva Scorsese), el director da algo más: un conjunto de historias personales con las que forjar un lenguaje, una serie de imágenes capaces de desvelar cosas y un retrato de unos personajes heridos sobre los que tejer un vibrante relato sobre el peso de la muerte en nuestras vidas. La Primera Guerra Mundial pesa en todos y cada uno de los personajes, la Primera Guerra Mundial es también el miedo (expresado en un plano general vibrante en el que Scorsese deja que el slapstick se convierta en drama) y es también fracaso y es también cambio. El cine no es una fábrica de sueños, el cine es también una toma de conciencia y en esto Scorsese está absolutamente solo en Hollywood.
La mirada es importante. Lo supimos ya con el huracán afrancesado y godardiano que abría "Malas Calles" (Mean Streets, 1972) o aprendiendo a mirar de nuevo con los protagonistas de "El rey de la comedia" (The King of Comedy, 1981) o "Jo qué noche" (After Hours, 1985). La mirada de Scorsese forja a Henry Hill desde su ventana en "Uno de los nuestros" (Goodfellas, 1990) pero aquí, envejecido, generoso, decide algo más: que esa mirada cargue de sentido toda su memoria, sobretodo cinéfila pero no despegada de la vida, y que la encuentre con sorpresa, de nuevo. Y bajo la mirada de Scorsese hay espacio para mucho más, claro, desde un París marcado por el rasgueo inconfundible de la guitarra de Django Reinhardt, la atenta mirada de Chaplin, siempre en el reojo de todos los carteles, o esa historia de amor, homenaje tiernísimo y nada obvio al cine mudo, entre dos señores de mediana edad en la estación, en la que Scorsese concede que no solamente basta con Keaton sino que también merece la pena no olvidar a Tati, justamente citado en la primera parte de la película.
Como "El Moderno Sherlock Holmes" (Sherlock Jr, 1924), como "El Desprecio" (Le Mépris, 1963) o "Pierrot El Feo" (Pierrot le fou, 1965), esta es una película que reconoce en el cine una forma incompleta de ensayar la vida, como "El Maquinista de la General" (The General, 1926) o "Mi tío" (Mon Oncle, 1959) esta es una película que reconoce la aceleración industrial como una fuente de torpeza que también puede derivar en una extraña y hermosa forma de resistencia, como aquél "Viaje a la Luna" (Le Voyage dans le lune, 1902) o "Ciudadano Kane" (Citizen Kane, 1941) una imagen puede generar un espectáculo imposible.
Es decir, una obra honda, insobornable, maestra.
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