Que opina? Cine en el salón. El abismo negro, el agujero que absorbía el sentido común - 16/04/2013 4:38:10
" 1975. Se estrena "Tiburón" ("Jaws", Steven Spielberg, 1975), siendo el filme de Spielberg involuntaria primera piedra en la construcción del concepto de blockbuster. 1977. "La guerra de las galaxias" ("Star wars", George Lucas) llega a las pantalla de medio mundo, cambiando la percepción que por aquél entonces se tenía con respecto a la ciencia-ficción y apuntalando de forma definitiva ese tipo de cine veraniego al que después tanto nos hemos acostumbrado con el paso de los años.En este panorama de películas que batían récords de taquilla encontramos a Disney. Ya apunté en su momento en la entrada que dediqué a "Oz, un mundo fantástico" ("Return to Oz", Walter Murch, 1985) lo perdida que andaba la productora al comienzo de la década de los ochenta y los muchos filmes que durante aquellos años ideó y produjo la compañía con el propósito de abrir mercado más allá del de marcado carácter infantil que había cultivado desde sus inicios. Combinando ese proceso de exploración de nuevos horizontes con los éxitos comentados en el primer párrafo y el directo protagonismo de Roy Miller, yerno de Walt Disney y cabeza visible del estudio en aquellos años, es como podemos empezar a comprender la singular idiosincrasia de "El abismo negro" ("The black hole", Gary Nelson, 1979).
Amén de lo que hemos comentado más arriba, "La guerra de las galaxias" sirvió para que los adolescentes volvieran a interesarse en masa por el mundo del cine, una oportunidad que Disney no podía dejar pasar, poniendo en marcha varios proyectos orientados a tan fundamental edad en el proceso de formación del cinéfilo, de los que "El abismo negro" sería el primero en llegar el primero en ser desarrollado fue la extrañísima "Los ojos del bosque" ("The watcher in the woods", John Hough, 1980) , demostrando de forma temprana que la productora no tenía ni la más remota idea de cómo casar su herencia con las necesidades de aperturismo a las que quería dar respuesta.
Sólo así se explica una cinta que, no es para niños pero lo es, que no es para adultos, pero lo es y que, sí hay algo que no es, es una para adolescentes. Tranquilos, si la anterior frase casi os provoca una aneurisma ya estáis más o menos en la misma situación que me encontré al terminar de revisar una cinta que no había vuelto a ver desde que tenía seis años. Trataré de aclarar el somero galimatías conforme avance en el análisis de tan curiosa producción. Harina de otro costal será que lo consiga.
La idea de partida de "El abismo negro" es bastante simple: una nave de exploración se encuentra, de vuelta a la Tierra, con un agujero negro. Un lugar donde, contra todo pronóstico se dará de bruces con otra nave que se creía perdida y en la que un científico lleva dos décadas investigando la singularidad y contemplando la posibilidad de intentar atravesarla. Con estos mimbres y el evidente potencial de los mismos un potencial que Joseph Kosinski parece dispuesto a volver a explorar en un más que posible remake del filme es en el desarrollo de la historia donde Jeb Rosebrook, uno de los tres autores de la misma, y Gerry Day, guionista con amplia experiencia en el mundo de la televisión, hacen gala de una bipolaridad alucinógena.
Tras unos créditos espléndidos, que conjugan el excelente tema musical compuesto por John Barry ojalá se pudiera decir lo mismo del resto de la banda sonora con unos primitivos gráficos por ordenador, la pobre introducción de los personajes de la Palomino, horrible nombre donde los haya, nos lleva directamente al hallazgo de estos exploradores de la Cygnus, en la que se encontrarán con el Doctor Reinhardt, interpretado por Maximilian Schell. Ya en la elección de los actores comienza a poder percibirse las intenciones de la Disney por llegar a otro tipo de público, en este caso el adulto, encontrando en el reparto nombres como los de Ernest Borgnine, Anthony Perkins o Robert Forster, inusuales decisiones de casting que lastrarán sobremanera el transcurso de la acción.
A las poco convincentes definiciones de este trío se unen las aún peores de la fémina de la cinta, encarnada por Yvette Mimieux, una científica con capacidades extrasensoriales que le ayudan a comunicarse con el robot de la nave (sic), un extraño alivio cómico llamado V.I.N.C.E.N.T que cita a Cicerón en su primera aparición y que, no cabe duda, es la pervertida concesión del filme al público infantil que seguro y tan seguro acudiría a los cines a ver lo nuevo de Disney. A resultas de todo lo anterior, sólo son el Dr. Reinhart, un personaje en el que se fusionan las obsesiones de dos de los capitanes más famosos de la literatura, Nemo y Ahab, y su sádico robot Maximilian los que convencen en el terreno interpretativo aunque en el caso de un robot que no articula palabra esto sea un decir, claro está.
El tránsito de la acción antes del clímax, llevado por la dirección de un Gary Nelson que pone su limitado talento al servicio de los descompensados efectos visuales hay de todas las calidades imaginables, es más o menos convencional; si entendemos por convencional unos diálogos con abundante cháchara tecnológica y apuntes hacia hechos físicos como los puentes Einstein-Rosen que se intentan compensar con momentos como el "pique" entre robots en la sala de juego sí, habéis leído bien, los robots del filme tienen una sala en la que liberar tensiones disparando a bolitas de colores, otra muestra evidente de la desorientación de la cinta que, comparada con las implicaciones que se derivan del final, se queda en agua de borrajas.
(De aquí en adelante, spoilers) Y llegamos al punto álgido de la función, la Cygnus se deshace mientras traspasa el agujero negro y su moribundo capitán es expulsado al espacio mientras lo que queda de la tripulación del Palomino sube a bordo de una nave sonda para intentar salvar sus vidas. Cabe recordar aquí, por si a alguno se le había olvidado, que esto es una película Disney, y que las escalas de grises nunca han sido el fuerte de la productora, algo que la metáfora que se desarrolla a continuación pone de relieve de forma estridente.
Pretendiendo emular la sublime conclusión de Kubrick para su "2001, una odisea en el espacio" ("2001, a space odissey, 1969), los guionistas de "El abismo negro" disertan aquí sobre el cielo y el infierno mediante unas imágenes capaces de dejar atónitos hasta el más preparado de los espectadores: Reindhart y Maximilian se funden en un único ser que se alza en lo alto de una cumbre a cuyos pies arden las llamas del inframundo mientras, por su lado, una angelical figura femenina anuncia el más favorable destino de aquellos que sólo han hecho el bien. No creo que haga falta decir nada más. Por mucho que haya toda una legión de fans que defienden a capa y espada su oscura visión y la adoren como un clásico olvidado, mi postura se inclina más hacia la facilona broma de que si hay algo que absorbió el abismo del título eso fue el sentido común de sus artífices.
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Noticia, Cine en el salón. Lifeforce, ¿vampiros espaciales? ¿en serio? - 13/04/2013 2:54:27
" Su eslógan publicitario lo dejaba muy claro: "El evento cinematográfico de ciencia ficción de la década", ahí es nada. Las intenciones de Golan y Globus tampoco arrojaban sombra de duda, pretendiendo los productores conseguir para su compañía un éxito similar al que "La guerra de las galaxias" ("Star wars", George Lucas, 1977) había logrado la década anterior. Pero, como pasaría una y otra vez con todo lo que puso en pie durante los ochenta y no fue poco, la Cannon se dejaba llevar por sus descomunales ínfulas, dando como resultado un filme de dispares resultados que, una vez más, demostraba el extraño y ecléctico gusto de los primos israelíes.Éstos, habían descubierto en 1983 una novelucha de ciencia ficción llamada "Los vampiros del espacio", un libro escrito por el británico Colin Wilson en 1976. Wilson era un autor que sirvió de vehículo para popularizar la corriente existencialista en Inglaterra gracias al éxito que veinte años antes había conseguido con "The outsider", ensayo en el que analizaba la figura del marginado en obras seminales de Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Ernest Hemingway o Hermann Hesse entre otros. Pero "Los vampiros del espacio" nada tenía que ver con su prematuro éxito sólo contaba con 24 años cuando se publicó y el libro no fue muy bien acogido por la crítica, otro indicativo más de que los responsables de la Cannon no tenían muy claro el concepto de calidad.
Sea como fuere, con el plan de negocios de la compañía perfectamente afianzado la Cannon fue una de las primeras productoras que vendía derechos de distribución a nivel mundial antes incluso de haber empezado a rodar y el optimismo que de ello se derivaba, Golam y Globus se hicieron con los derechos de la novela y, tras barajar varios nombres de cara a la realización del filme, optaron por firmar un acuerdo de colaboración para tres producciones con Tobe Hooper. Éste, que acababa de salir esquilmado de sus encontronazos con Spielberg en "Poltergeist" (id, 1982) era visto por los productores como el artífice directo del éxito que consiguió el filme de terror. Un error que el cineasta se encargaría de demostrar con creces en los tres títulos que filmaría bajo el amparo de la Cannon.
Pero seamos justos. Si, como veremos, Hooper tocaba fondo con "Invasores de Marte" ("Invaders from Mars", 1986) y, de nuevo, con el equivocado tono cómico de "La matanza de Texas 2" ("The Texas chainsaw massacre 2", 1986), en "Lifeforce" todavía asoman algunos de los ramalazos de talento que el cineasta había demostrado poseer con "La matanza de Texas" ("The Texas chainsaw massacre", 1974). Y si no incluyo aquí a "Poltergeist" es porque siempre he formado parte de ese nutrido grupo que opina que la grandeza de la cinta se debe a la mucha mano que metió a Spielberg y a lo poco que éste dejo hacer a Hooper.
Cambiando el título de "Los vampiros del espacio" a "Lifeforce" para que la cinta no fuera inmediatamente asociada con cualquiera de sus filmes exploitation, la Cannon invertiría en el filme la nada desdeñable cifra de 25 millones de dólares tengamos en cuenta, por ejemplo, que tan sólo un año antes, "Indiana Jones y el templo maldito" ("Indiana Jones and the temple of doom", Steven Spielberg, 1984) había contado con un presupuesto de 28 millones, contratando a Dan O"Bannon, co-guionista de "Alien, el 8º pasajero" ("Alien", Ridley Scott, 1979) para que adaptara el libro de Wilson. El tratamiento de O"Bannon, ayudado por otras seis manos, terminaría introduciendo considerables cambios en la novela todo el final es completamente diferente al del libro provocando que el escritor la criticara duramente en el momento de su estreno.
Para aquellos que nunca se han acercado al filme, sirvan las siguientes breves líneas de sinopsis para poder justificar los comentarios que iré vertiendo sobre la cinta a continuación: con el Halley en la parte visible de su trayectoria, una nave espacial británica encuentra un objeto de dimensiones imposibles de 240 kilómetros de largo en la cola del cometa. Al explorarla, encuentran unos sarcófagos que contienen a una mujer y dos hombres en hibernación que los astronautas trasladarán a su nave. Treinta días después, en órbita sobre la Tierra, se descubrirá que toda la tripulación de la Churchill ha fallecido en un terrible incendio que, curiosamente no ha afectado a los humanoides. Trasladados a Londres, el despertar de los mismos desencadenará una ola de muerte y destrucción.
Como decía, "Lifeforce" no es un error de principio a fin, al menos no en lo que a dirección respecta, algo que no se puede decir de innumerables filmes de la Cannon: demostrando buen pulso narrativo en la práctica totalidad de su desarrollo, cuestión a parte es su alocado final, Hooper consigue, en conjunción con el correcto hacer del equipo de efectos visuales liderado por el legendario John Dykstra con el que volvería a colaborar en "Invasores de Marte", plantear una cinta interesante desde el punto de vista visual, con aciertos varios que van desde las primeras secuencias, con el descubrimiento de la nave, hasta esos flashbacks que nos devuelven a la monumental elipsis inicial para desvelarnos lo que sucedió en la Churchill.
Ahora bien, los pocos aciertos que podemos encontrar en la realización, son tocados y hundidos tanto por el clímax de la acción como por el penoso montaje que se hizo del material rodado por Hooper, dando el trabajo de John Groover una nueva dimensión al término elipsis, algo que resulta especialmente doloroso en la secuencia en la que se explora la nave, resuelta toda ella a base de bruscos saltos en la acción que hacen de su visionado una experiencia como poco incómoda. En lo que al final respecta, el salto al vacío de OBannon y compañía por un lado y de Hooper por el otro resulta inexpicable, convirtiendo el último cuarto de hora en un festival sin coherencia de "zombis" que corren sin rumbo por las calles de Londres.
Con los pechos de Mathilda May acaparando todo el protagonismo en el terreno interpretativo; la regularidad caracterizando al resto de sus compañeros de reparto de lado dejaremos, por no hacer sangre, las absurdas muecas de Aubrey Morris por un lado; y la extraña partitura de Henry Mancini, que sorprende tanto por la fuerza del tema principal como por lo inane del resto de la banda sonora, las sensaciones últimas que deja "Lifeforce" son la de haber asistido a un espectáculo grandilocuente y moderadamente vacío de contenido que, como tantas otras producciones de la Cannon, no lleva a ninguna parte.
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